Es muy bueno poder automotivarse, ¿por qué cuesta tanto?


Mientras los estímulos nos llegan de fuera, estar motivado es más fácil. El problema empieza cuando las fuerzas, las ganas y la voluntad tienen que partir de uno mismo y se nota que nos falta práctica en esta disciplina.



Pronto hará un año cuando en Navidad nos hicimos unos cuantos propósitos que, se suponía, nada ni nadie impediría su ejecución desde ese lugar llamado "el mundo de las posibilidades". Puede que el tema no consistiera en propósitos, sino en auténticas necesidades que no admitían demora: bajar ese sobrepeso para evitar indicios de enfermedad. Hacerles hueco a esos estudios imposibles de resolver si se dejan para última hora. Ponerse las pilas en el trabajo para no quedar fuera de servicio o, incluso, apostar definitivamente por esa relación que, de tanto darle tumbos, se encuentra a un paso del precipicio.


“La voluntad no es innata. El proceso correcto para automotivarse se basa en inhibir el impulso, deliberar, decidir y mantener el esfuerzo”

Todas estas situaciones apelan a una de las características más importantes de la inteligencia emocional: la automotivación.



O, lo que es lo mismo, esa capacidad de motivarse por uno mismo, de encontrar las fuerzas movilizadoras en nuestro interior, sin tener que esperar a que estímulos externos nos pongan las pilas. Acostumbrados a una sociedad altamente sofisticada precisamente en el arte de proporcionarnos ese tipo de estímulos; a un sistema educativo que premia los resultados finales y a la competitividad; a un sistema productivo basado históricamente en el palo y la zanahoria..., es fácil deducir que no hemos sido entrenados en la tolerancia a la frustración, a la espera paciente y al esfuerzo disciplinado.


Intenciones sin estrategia

Nadie se desembaraza de un hábito o de un vicio tirándolo de una vez por la ventana; hay que sacarlo

por la escalera, peldaño a peldaño. (Mark Twain)


¿Por qué fallan los propósitos? La respuesta requiere una observación y otra pregunta: ¿Cuándo nos hacemos esos propósitos? Cuando una parte de nosotros reconoce lo que debería estar haciendo y no hace. Dicho de otro modo, un propósito suele ser una obligación que nos imponemos. Pero no nos gusta hacer nada por obligación, y menos aún si es por y para nosotros mismos. Ahí es donde se echa en falta la automotivación.



Este año seré puntual; voy a dedicar más tiempo a la familia; haré más deporte; aprenderé inglés; me tomaré las cosas con más tranquilidad... Todas son frases que apuntan a un escenario futuro, al que pretendemos acceder por mero convencimiento. Sinceramente, la cosa así no funciona. Las intenciones sin estrategia son meros brindis al sol.



Si a todo ello le añadimos que los propósitos se suelen plantear coincidiendo con épocas de inicio, ese recomenzar se asemeja a un marcador que se pone a cero, como si el tiempo se aliara con nuestros propósitos para darnos un empujoncito. Se trata de un espejismo más. Volveremos a nuestros hábitos adquiridos a no ser que pongamos en ello algo más que buenas intenciones.



La capacidad de motivarnos tiene mucho que ver con nuestra auténtica voluntad. Pero ¿es lo mismo la voluntad que la intención? Muchas personas dicen, por ejemplo, que quieren dejar de fumar. Ésa es su intención. Se han cargado de excelentes motivos para dejarlo, pero al mismo tiempo reconocen que no tienen suficiente fuerza de voluntad. Por tanto, voluntad e intención son cosas diferentes. Quizá sea útil distinguir entre aquello que hemos convertido en un deseo y aquello que en realidad estamos dispuestos o no a hacer.



Para san Agustín, la voluntad era el centro vital, la vida misma, "la incomprensible certidumbre íntima, la firme seguridad del querer irrevocablemente enderezado a su meta". Pero nuestras mentes tienen el defecto del enredo; nuestros cuerpos se ciñen a la inmediatez del deseo; nuestros estados de ánimo nos adormecen ante lo inapetente, desalojando a la voluntad del primer plano de nuestra visión.



El filósofo José Antonio Marina observa la voluntad como la motivación inteligentemente dirigida. Marina va más allá de aquella vieja voluntad, entendida como una facultad innata, y la redefine más como un proceso que como un concepto: inhibir el impulso, deliberar, decidir y mantener el esfuerzo. Ése podría ser el proceso para automotivarse.


¿Por qué aguardas con impaciencia las cosas? Si son inútiles para tu vida, inútil es también aguardarlas. Si son necesarias, ellas vendrán, y vendrán a tiempo (Amado Nervo)



Dice Abraham Maslow que estamos motivados cuando sentimos deseo, anhelo, voluntad, ansia o carencia. O, lo que es lo mismo, cuando necesitamos resolver nuestras necesidades. Algunas son básicas, pero muchas otras se generan por nuestra capacidad de crearnos todo tipo de expectativas. Dicho de forma menos elegante: vamos detrás de lo que nos da la gana aunque probablemente no nos haga falta alguna. Pero se nos ha metido entre ceja y ceja y ahora sólo queda consumirlo, de lo contrario nos parecerá morir de un ataque de angustia. Ese problema se llama inmediatez e incapacidad de controlar los impulsos, muy propio de nuestra contemporaneidad.


En una investigación sobre la motivación humana, propusieron a unos niños un curioso dilema. Los dejaban solos en una habitación con una golosina encima de la mesa. Les decían: "Si quieres, te la puedes comer ahora mismo y ya está. Pero si tienes un poco de paciencia, más tarde te daremos dos. Las imágenes fueron muy reveladoras entre aquellos niños que no resistían la tentación y aquellos otros que desplegaron un sinfín de estrategias para aguantar. Eso diferencia a unos de otros, la capacidad de tolerar la ansiedad de la espera, de postergar la gratificación en lugar de responder al primer impulso.



De mayores seguimos haciendo lo mismo, luchamos entre hacer lo que nos da la gana o adaptarnos a las exigencias del medio cuando nos impone un esfuerzo personal. Eso cuesta más mientras circulen mensajes publicitarios del tipo "Lo quieres, lo tienes". Hace falta mucho autocontrol y tener muy claras nuestras motivaciones si queremos sobrevivir a la vorágine social, haya más o menos crisis. Que la motivación venga de fuera es lo más fácil. En cambio, nos fortalecemos cuando somos capaces de motivarnos por nosotros mismos.


Más fluir, menos sufrir


El pesimismo conduce a la debilidad; el optimismo, al poder (Williams James)



Qué sentido puede tener hacerse propósitos que no vamos a cumplir, si no es para autocastigarnos un ratito y retomar ese viejo discurso que nos acompaña hace años, consistente en demoler nuestra identidad por nuestras incapacidades. Nos infligimos un cierto sufrimiento como para expiar la culpa de no tener más voluntad a mano. Entonamos un mea culpa por el desánimo que sentimos ante el esfuerzo que nos hemos ahorrado.



Automotivarse, como todo, es un aprendizaje. Y aprendemos entrenándonos. Y nada mejor para lograrlo que unas cuantas pequeñas frustraciones, para darnos cuenta de que podemos sobrevivir al ataque de nuestras compulsiones. La automotivación se ejercita cuando somos capaces de orientarnos hacia el logro, obteniendo como beneficio la satisfacción por el esfuerzo realizado, por la ilusión y el optimismo que hemos generado en la aventura de conquistar nuestros retos cotidianos. Cuando, en definitiva, fluimos con lo que hacemos. Ese fluir es impagable.



Satisfacción del esfuerzo

1. Películas



– ‘El guerrero pacífico’, de Víctor Salva (imprescindible).



– ‘Forrest Gump’, de Robert Zemeckis (increíble ejemplo de fluir).



– ‘Jerry Maguire’, de Cameron Crowe (interesante cambio de motivación).



2. libros



– ‘La práctica de la inteligencia emocional’, de Daniel Goleman (capítulo VI). Kairós.



– ‘El hombre autorrealizado’, de Abraham Maslow. Kairós.



– ‘El misterio de la voluntad perdida’, de José Antonio Marina. Anagrama.

XAVIER GUIX 29/11/2009 en el País de los dómingos de Madrid

Dona tus zapatos para un niño descalzo

En algunas áreas de África los zapatos son un auténtico producto de lujo. Para muchos africanos, los zapatos están entre sus posesiones más valiosas y ponen un esfuerzo enorme en cuidar de ellos.



¿Has pensado alguna vez en cuantos niños africanos no tienen zapatos y tienen que ir a la escuela o juegan a fútbol descalzos?



¿Y has pensado también cuántos zapatos perfectamente usables se tiran a la basura a diario en Europa?





Nosotros podemos ayudar a un niño en Africa y a su familia dándoles esos zapatos que ya no usamos. Es realmente fácil, sólo tenemos que coger esos zapatos, que no usamos o se han quedado pequeños, meterlos en una bolsa y llevarlos a Hipercor o cualquier Corte Inglés antes del 30 de noviembre.





La marca de productos para el cuidado del calzado Kiwi, en colaboración con Humana y el futbolista camerunés, Samuel Eto’o, han lanzado la campaña "SHOE AID FOR AFRICA". De esta manera se pretende emular lo que se consiguió con la campaña de 2006 cuando se ayudó a distribuir 100.000 pares de zapatos entre gente necesitada de África.






El equipo Kiwi junto con Humana ha instalado cajas de recolección de zapatos en los principales hipermercados de varios países europeos (Francia, Alemania, Italia, España y Reino Unido), donde podemos depositar los zapatos que queremos donar: zapatos y botas de niño y de adulto, que sean prácticos y, aunque usados, estén en buen estado. No son prácticos los zapatos de tacón o las botas de nieve, y por favor, limpia mínimamente los zapatos antes de donarlos y asegurate de que no tienen desperfectos importantes.

Humana recogerá todos los zapatos de estas cajas y los llevará a sus almacenes donde serán clasificados y limpiados, puestos en bolsas individuales y enviados a zonas rurales de varios países de África (Camerún, Kenia, Malawi, Mozambique y Sudáfrica).

Evitar los abusos de confianza

Decimos algo a alguien y al día siguiente poco menos que aparece publicado en el tablón de anuncios de la empresa. ¿Cómo podemos gestionar la confianza? ¿Debemos darla a todos por igual? ¿Cómo evitar los abusos?


Silvia salió a cenar con una compañera del despacho. Llevaban casi un año trabajando juntas, pero se conocían poco, y Silvia estaba convencida de que podían compartir mucho más de lo que compartían. Cenaron en un discreto restaurante que invitaba a la complicidad. Silvia, tratando de ahondar en su relación, se abrió enseguida a ella, explicándole su vida con todo lujo de detalles. Todo, a pesar de que su compañera no le correspondía en absoluto, ni se mostraba comunicativa.

Tenemos un corazón envuelto en distintas capas protectoras. En cada situación podemos decidir cuántas capas nos quitamos

Tejer una relación de complicidad sin exponerse a abusos es un proceso lento que exige poner todos los sentidos

Al día siguiente, al poco de llegar a la oficina empezó a percibir miradas de suspicacia por parte de sus compañeros. A mediodía, y gracias a la confesión de una secretaria, confirmó sus sospechas: lo que le había contado a su compañera la noche anterior había corrido por toda la empresa. La traición a su confianza estaba servida.

Un ingrediente esencial

"Una de las alegrías de la amistad es saber en quién confiar"

(Alessandro Manzoni)

La confianza es el ingrediente básico de las relaciones interpersonales. Es una cualidad esencial que debemos cultivar y fomentar si queremos construir vínculos con la gente que nos unan y nos ayuden a crecer. No es posible aspirar a construir relaciones duraderas sin una buena dosis de confianza, y mucho menos forjar una sincera amistad. La confianza es imprescindible en la interrelación humana, y tanto el saber darla como el saber recibirla forman parte de las habilidades básicas que todas las personas deberíamos desarrollar.

Pero hay que saber manejar la confianza para que dé sus frutos. Hemos de comprender cómo funciona y saber administrarla sabiamente para evitar que los demás abusen de ella. Porque la confianza es extremadamente valiosa, pero también es extremadamente delicada: cuesta mucho tiempo y esfuerzo de tejer, pero se destruye en un instante cuando alguien la traiciona.

La confianza se asienta en dos pilares, que se corresponden con dos habilidades personales. La primera es la capacidad de apertura, es decir, el valor que tenemos de compartir nuestros sentimientos y nuestra vida con los demás. La segunda es la capacidad de juzgar si los otros son dignos o no de nuestra confianza. Hemos de desarrollar los dos pilares para ser capaces de administrar con sabiduría la confianza y hacer que contribuya a fortalecer nuestras relaciones. Son, por tanto, dos las preguntas que debemos hacernos para abordar con garantías la construcción de una relación de confianza. La primera: ¿Soy capaz de darla? Y la segunda: ¿Son los otros dignos de ella?

Si tengo miedo a hablar de mí con los demás, me mantendré siempre en un territorio de comodidad en el que no corro ningún riesgo porque no voy a dar nada. Pero probablemente tampoco voy a recibir nada, y esto hará que pierda muchas oportunidades de profundizar en mi relación con los demás. Ser capaz de abrirse tiene mucha relación con la seguridad personal. Reforzarla es el mejor método para progresar en esta habilidad.

Pero una vez que sea capaz de dar confianza, debo decidir a quién la doy y en qué medida. Porque el que una persona sea capaz de abrirse con los demás no significa que sea oportuno que lo haga siempre y con todo el mundo. Si damos nuestra confianza por igual a todo el mundo y en cualquier circunstancia, nos exponemos a verla traicionada.

La 'estrategia de la cebolla'

"Confiar en todos es insensato, pero no confiar en nadie es neurótica torpeza" (Juvenal)

Para gestionar eficazmente la confianza podemos imaginar que somos una cebolla: tenemos un corazón envuelto en distintas capas protectoras. En cada situación podemos decidir cuántas capas nos quitamos y, por tanto, cuán desnudos o protegidos nos quedamos. Si percibimos una situación hostil, nos quedaremos con todas las capas (incluida la reseca piel externa) y estaremos protegidos, aunque así nadie será capaz de acceder a nuestro corazón. Por el contrario, si percibimos una situación de complicidad, podemos quitarnos todas las capas y dejar nuestro corazón al descubierto, absolutamente accesible a los demás.

En condiciones normales, es tan disfuncional no desprendernos ni tan siquiera de la piel externa y permanecer protegidos por todas las capas como desnudarnos hasta el corazón quedando expuestos sin protección alguna. Es tan malo no abrirse en absoluto poniendo una barrera insalvable a la confianza como darla por completo y sin prevenciones exponiéndonos a su abuso por parte de los demás.

Hacer de la confianza una virtud para la comunicación y para las relaciones consiste en decidir en cada entorno cuántas capas nos quitamos y con cuántas nos quedamos. Como individuos, hemos de ser capaces de quitárnoslas todas si así lo deseamos. Pero hemos de tener el suficiente criterio para saber en qué circunstancias es bueno que lo hagamos. No podemos entregar nuestra confianza como un cheque en blanco a aquellos que no la merecen.

Encerrados en nuestro interior

"El silencio es el único amigo que jamás traiciona" (Confucio)

A todos nos han traicionado en algún momento la confianza, y muchos tenemos bien presente -son vivencias que no se olvidan fácilmente- cómo el habernos expuesto más de la cuenta ha propiciado un abuso de confianza por parte de alguien. Las malas experiencias pasadas nos pueden hacer recelar de dar confianza a los demás y, como en la cita de Confucio, pensar que sólo dejando de compartir nuestras vidas con los otros estaremos a salvo de sufrir nuevos desengaños. Pero esta aparente seguridad tiene un alto precio, y es la soledad relacional. Es imposible crear vínculos de ningún tipo sin poner de nuestra parte, sin dejar que nos conozcan, sin compartir nuestras vidas, nuestras inquietudes, nuestros miedos o nuestras alegrías.

Nuestros sentimientos son la materia prima de nuestras relaciones. Protegerlos bajo llave, quedárnoslos para nosotros y no compartirlos con nadie nos hace invulnerables. Pero nos hace también unos fríos y poco interesantes compañeros de viaje.

Debemos evitar encerrarnos en nosotros mismos por culpa de alguien que ha traicionado un día nuestra confianza y entender que el error no fue darla, sino darla a aquella persona. Debemos evitar que nos ocurra como al gato que se sienta sobre una estufa caliente: nunca más se sentará sobre una estufa caliente, pero tampoco lo hará sobre una estufa fría.

Asimetrías. Hay gente a la que le cuesta muy poco abrirse a los demás, y en cambio hay gente que tiene grandes dificultades o prevenciones para hacerlo. Así, no es inusual que nos encontremos en situaciones en las que uno se abre mucho y el otro no suelta prenda: se produce entonces asimetría en los niveles de confianza, que hace muy difícil la relación. Si la asimetría persiste, la brecha será cada vez más insalvable, porque el que no suelta prenda se sentirá cada vez más presionado para llegar al nivel de apertura del otro, cosa que es incapaz de hacer. Y el que se abre sin límites se sentirá frustrado y no correspondido, cosa que le incomodará. Lo normal que ocurra en estos casos es que el primero, desbordado por la situación, rehúya la relación. Y el segundo no encuentre motivación alguna para seguirla.

No sólo la persona o las personas con quienes nos relacionamos son importantes a la hora de valorar el nivel de confianza que estamos dispuestos a dar, y "cuántas capas nos vamos a quitar". También la situación en que se produzca el encuentro (el lugar, el momento, el entorno) es crucial: las mismas personas, encerradas en un despacho, o tomando una copa en un bar, pueden tener un nivel de confianza absolutamente distinto, y cada contexto marcará un límite de apertura diferente.

Una misma persona puede sentirse en un clima de plena confianza en un encuentro cara a cara fuera del trabajo, y estar por tanto dispuesta a compartir mucho, y sentirse manifiestamente incómoda compartiendo lo mismo en su contexto habitual de trabajo. En este sentido, es importante entender que haber disfrutado de la confianza de alguien en un momento dado no da un cheque en blanco para pensar que merecemos el mismo nivel de confianza siempre y en todo lugar. Lo que se comparte a la luz de la luna no siempre se puede compartir a pleno sol, y darlo por supuesto provoca no pocos malentendidos.

Cada contexto implica quitarse distintas capas, al menos en el camino de llegar en una relación a la plena confianza.

Crear climas. Tejer una relación de plena confianza con alguien sin exponerse a abusos es un proceso lento y que exige poner todos los sentidos. Una buena estrategia es ofrecer al otro pequeñas dosis de confianza y permanecer atentos y receptivos a su reacción. Captar si nos corresponde, con lo cual podemos dar el siguiente paso, o si estamos en su límite, con lo cual deberemos darle el tiempo que necesite hasta que se sienta a gusto en este nivel de relación.

En todo caso, crear climas de confianza requiere tiempo, requiere querer avanzar en la relación, y requiere mojarse, porque en cualquier caso alguien tiene que ir dando pasos hacia delante.

No es menos cierto que, adquirida la plena confianza, y en ausencia de abusos, ésta es en muchos casos para siempre. Prueba de ello son las relaciones escolares, tejidas en momentos cruciales de la vida y con grandes dosis de complicidad, que, si no se han visto traicionadas, resisten inquebrantables el paso del tiempo.

Amigos leales

1. En la literatura

En la obra ‘La soledad de los números primos’, de Paolo Giordano (Salamandra, 2009), encontramos reflejadas las nefastas consecuencias de la incapacidad de los protagonistas para establecer una relación de confianza que les ayude a crecer como personas y como pareja.

En la novela ‘Cometas en el cielo’, de Khaled Hosseini

(Salamandra, 2003), se plasma el valor de la confianza tejida entre dos niños de diferente condición social, y cómo su traición marca el destino de ambos.

2. en el cine

La película ‘Esencia de mujer’, dirigida en 1992 por Martin Brest y protagonizada por Al Pacino, es un homenaje a la lealtad como valor fundamental para las relaciones humanas.



FERRAN RAMÓN-CORTÉS 22/11/2009 El País de Madrid

¿ Te funciona la ley de atracción? ¿A qué lo atribuyes?


Fijaros bien en la pregunta que encabeza esta entrada pues no pregunto si funciona ( ya que intentaré demostrar que si, aunque debido a la confluencia de otras leyes del comportamiento y no por algo “mágico”) sino si existe, en un sentido real y no en uno metafórico.



En ciencia se utiliza un principio llamado de la navaja de Occam que de alguna manera nos dice que si hay una explicación más simple o sencilla para algo y que tiene mayor coherencia con el resto del conocimiento científico lo más fácil es que esa explicación simple sea la buena.



La ley de atracción no es algo verificable empíricamente como puede serlo la ley de la gravedad u otras. Esta dentro de algo llamado los principios de la metafísica que tiene una larga tradición tanto en las religiones orientales como en algunas filosofías y que es piedra angular en lo que se ha venido llamando la New Age. Yo tampoco puedo demostrar si existe o no pero sí que puedo ofreceros tres explicaciones alternativas a la misma, demostradas en el campo de la psicología y de las neurociencias y que por tanto que cuentan con el aval de la comunidad científica. Son las siguientes:



- Ley de la percepción selectiva. Dada la enorme cantidad de información que nuestro cerebro necesita procesar tendemos a organizar el mundo en categorías y marcos mentales. Una vez hecho esto percibimos el mundo a través de dichas categorías. Estos conceptos nos orientan, filtran la percepción y dan sentido de orden y constancia. Pero a su vez tiene lo que podríamos llamar un punto que a veces va en nuestra contra: la percepción selectiva. La percepción selectiva consiste en que nuestra atención se fija en aquellos aspectos a los que concedemos relevancia. Un ejemplo sencillo, si voy caminando por la ciudad me cruzaré con montones de farmacias y seguramente no seré consciente de ello. Pero si necesito una farmacia iré en busca de una Cruz verde y en pocos minutos daré con una. Esto equivaldría a la parte de la ley de atracciónque dice que aquello a lo que le presto atención,va mi energía, lo cual como hemos visto es cierto , según este principio de la percepción selectiva.



- Principio de atribución (Heider 1958). Es ese proceso por el cual el individuo explica e interpreta los hechos que le acontecen, es por tanto una manera de organizar el gran flujo de información que nos llega del mundo. Tendemos a buscar explicaciones a todo aquello que nos ocurre sean éstas reales o no. No voy a entretenerme porque sería muy largo y lo he tratado en alguna otra entrada en relatar la gran necesidad que tenemos de explicarnos las cosas y lo poco acertados que estamos en la mayor parte de las ocasiones (ver el último programa Redes de Eduardo Punset para tener algunos ejemplos).La atribución puede ser interna, cuando creemos que somos nosotros los responsables de que algo suceda y externa cuando pensamos que son circunstancias ajenas a nosotros las que han producido ese resultado (me ha sucedido gracias a la Ley de Atracción).



- Profecía de autocumplimiento. Es la tendencia que tenemos a actuar de modo que se cumplan nuestras creencias y expectativas e incluso a cambiar la interpretación de los hechos para que se ajusten a la idea previa que teníamos de los mismos. Hay también numerosos experimentos en psicología social que tratan este aspecto, con resultados a veces sorprendentes.



Estas tres maneras de funcionar de nuestro cerebro coinciden plenamente con lo explicado por la ley de atracción ya que consiguen que nos fijemos en aquello que nos interesa,busquemos los resultados deseados y atribuyamos eso, en el modo externo, a una ley universal.



Por eso he dicho al principio que no iba a cuestionar si la ley de atracción funciona porque es obvio que sí que lo hace, aunque no por los motivos que explican los defensores de la ley de atracción sino porque integra en un concepto metafórico principios fundamentales del funcionamiento de nuestro cerebro. ( habría otros principios que también podrían explicarse pero creo que resultaría un poco demasiado técnico). Podéis también leer las entradas de Joe Dispenza que aunque también es un defensor de la física cuántica explica en sus libros como el cerebro tiene mecanismos para conseguir que pase aquello que deseamos.


Mertxe Pasamontes

Los que estan en tiempo muerto. En un lugar que no es .....



En toda realidad, siempre existe alguien que tiene diferente problemática. Yo tengo trabajo, tu no lo tienes y otros ven la amenaza de la perdida de su fuente de ingresos en algún momento. Si observamos que cada día cuesta fidelizar, sacar adelante un proyecto es que algo esta sucediendo. En España existe los ERE, expedientes de regulación de empleo que produce muchas incertidumbres y afectan alas personas en sus emociones, relaciones y comunicación con los que los rodean.

Están en Tiempo Muerto.

Vagabundean por los corredores del Aki o del Leroy Merlín, el pensamiento fijo en aquella estantería que se cae desde hace un año; llevan los niños al cole o improvisan alguna tarea doméstica de las que pensaban haber escapado; alguno incluso se aventura en un pequeño trabajo en la economía sumergida. Pero ante todo se aburren, se aburren mucho. Porque no pueden buscar otro trabajo remunerado ni tampoco nadie ha pensado que deban emplear ese periodo en formarse. Son esos miles y miles de personas, hombres y mujeres, flotando en el tiempo muerto de los expedientes temporales de empleo.



A finales de septiembre sumaban ya 438.000 las personas afectadas por un expediente temporal de empleo. Es decir, casi medio millón de personas a los que sus empresas han mandado a casa utilizando un mecanismo legal al que se puede recurrir cuando se producen caídas sustanciales de producción. Hay empresas que empiezan así y acaban por cerrar de manera definitiva. Pero, según los propios sindicatos, sólo un 3% de esos expedientes temporales acaba en el cierre de la empresa. De manera mayoritaria, son empresarios que ven la crisis –oquieren verla– como algo rápido y transitorio. Gente que manda a parte de la plantilla a casa porque no quieren perderla y esperan a tiempos mejores. Y en un 70% son empresas industriales.



Probablemente esa sea una de las escasas buenas noticias de la actual crisis. A diferencia de lo que ocurría en la de 1993, pero también en la de los 80, los empresarios se han vuelto más peleones. Tardan más en tirar la toalla y no se desaniman tanto. Es gente que empezó la recesión con la empresa poco o nada endeudada, con producto y con mercado. Que vio como la crisis empezaba en Estados Unidos, se transmitía a las finanzas y hacía estallar el inmobiliario. Pero que ahora ha llegado a la industria, donde ha echado raíces. El problema para las expectativas de esos empresarios y de sus trabajadores es que el Gobierno también se ha tomado la crisis como un tiempo muerto. Un tiempo de espera, vaya. Está muy asentada en el Gobierno y entre la clase política la idea de que esta es una crisis de la que la economía española saldrá arrastrada por la recuperación los mercados exteriores.



Pero ni esta es una crisis como las otras ni las exportaciones permitirán crear tanto empleo. En estas circunstancias, es realista aceptar que el empuje modernizador de la política española se agotó en los 90 –y, por lo tanto, su capacidad para las reformas–. Y también puede ser cierto que a lomás que se podía aspirar para combatir la crisis era el Plan E, con su inquietante parecido con las peonadas de los 80. Pero hubiera sido deseable, al menos, cierto liderazgo, cierta habilidad para explicar la crisis. Mientras esperan y piensen, unos yotros, nuestro hombre en el bricolaje quizás acabe por arreglar esa estantería que tanto le preocupa.



Redacción propia y La Vanguardia por Ramon Aymerich
21/11/2009

Conferencia de Eduard Punset

Exagerar el peligro


La preocupación crónica se nutre de una serie de distorsiones cognitivas que acrecientan la sensación de amenaza:



1. Magnificación



Se exagera el peligro que entraña una situación dada.



2. Adivinación



La persona cree que sus pensamientos negativos van a hacerse realidad.



3. Etiquetar



Hablar de uno mismo como “una persona sufridora”, algo muy difícil de cambiar.



4. Filtro mental



Se detectan los aspectos amenazantes mientras se pasan por alto los que no lo son.



5. Generalizar



Un hecho negativo aislado se generaliza al resto de la persona o de la situación.



6. Deducción emocional



Se tiende a sacar conclusiones a raíz de sensaciones o emociones negativas. “Me siento angustiado; seguro que irá mal”.

No me debo preocupar tanto....


Ocuparse de algo antes de que ocurra da sensación de control a algunas personas. Sin embargo, puede generar estrés y no mejora la capacidad para afrontar las dificultades.



Siempre sufriendo por lo que pueda pasar, siempre pensando en posibles peligros o problemas: para algunas personas, la preocupación constituye una compañera permanente que les impide vivir de manera relajada. Se sienten nerviosas con facilidad y pueden incluso tener dificultad para conciliar el sueño o concentrarse. Su mente está siempre alerta, dando vueltas alrededor de los temas que en ese momento les inquietan.



Al intentar eliminar de la mente una preocupación, a menudo se obtiene el resultado contrario: se intensifica



No toda preocupación resulta nociva; a menudo, ante sucesos difíciles, es irremediable y humano sentir inquietud

La palabra preocupación significa justamente ocuparse con insistencia de algo antes de que suceda, lo que causa desasosiego o temor. Pero, ¿tiene sentido angustiarse por lo que todavía no ha ocurrido? Las personas para las que preocuparse supone un hábito necesitan esa actividad mental para hacer su vida más predecible. Si no se agobian, si no piensan en las múltiples posibilidades, especialmente las más negativas, no sienten que dominan la situación.



La preocupación produce una ilusión de control. A menudo se considera que esa estrategia permite estar más preparado para cualquier contrariedad o revés del destino. Sin embargo, la realidad suele ser bien distinta: preocuparse por anticipado no sólo no mejora la capacidad para afrontar las dificultades, sino que genera estrés a través de la imaginación, lo cual tiene idénticas repercusiones físicas, mentales y emocionales que una situación real.




La ilusión de control



"El hombre tiene sus preocupaciones en todos los rincones de la Tierra" (Confucio)



Nuestro cerebro es una máquina de anticipar. A lo largo del proceso evolutivo ha incrementado paulatinamente su capacidad para predecir, utilizando analogías con el conocimiento acumulado de experiencias anteriores, tanto propias como de los ancestros. Según el escritor y filósofo José Antonio Marina, no existe especie más miedosa que la humana. Es el tributo que hemos de pagar por nuestra inteligencia privilegiada.



Por un lado, esta facultad para ser previsores constituye una ayuda inestimable para la supervivencia, dado que permite evitar el peligro incluso antes de que se manifieste. También es un recurso para aprender, así como para planear proyectos y crear medios con que lograr metas futuras. Pero esta habilidad también causa alguno de nuestros fallos más evidentes.



Precisamente la capacidad de anticipar es lo que atrapa a muchas personas en círculos viciosos de preocupación. Al vivir entre el recuerdo y la imaginación, entre los fantasmas del pasado y el futuro, se reavivan antiguos peligros o se inventan amenazas nuevas. Resulta fácil entonces confundir la fantasía con la realidad, y sufrir terriblemente por la incertidumbre de lo que pueda pasar.



¿Una cuestión de carácter?



"Al hombre sólo le gusta contar sus problemas, pero no cuenta sus alegrías" (Fiódor Dostoievski)



Hay personas que se definen como sufridoras. Consideran la preocupación como un rasgo de su carácter. No sólo se atormentan a sí mismas con esta exagerada aprensión, sino que también suelen desplazar este temor a las personas de su entorno. Piden, o a veces exigen, recibir noticias constantes para lograr su propia tranquilidad y, sin darse cuenta, pueden hacer sentirse a los demás responsables de su sufrimiento.



A nivel social, preocuparse por el bienestar ajeno se considera signo de interés y entrega hacia los demás. Posiblemente por este motivo quienes se identifican con esta cualidad la proclaman incluso con orgullo: "Soy así, no puedo evitarlo".



En parte esta afirmación resulta acertada. Si se intenta eliminar de la mente una preocupación a menudo se obtiene el resultado contrario: el pensamiento se torna todavía más presente o se intensifica. Se debe al efecto paradójico de la evitación, pues cuando se pretende no pensar en algo, en ese mismo momento ya está ocupando la mente.



Intentar suprimir las ideas que generan angustia, por tanto, no supone una verdadera solución. Por eso al final la persona cree que la inquietud es algo irremediable y superior a ella.



Adiestrar el pensamiento



"Las cadenas de la esclavitud solamente atan las manos: es la mente lo que hace al hombre libre o esclavo" (Franz Grillparzer)



Quizá no se pueda evitar que aparezcan preocupaciones, pero sí decidir conscientemente qué hacer con ellas. De ese modo, en vez de crecer e invadir gran parte del espacio mental, pueden definirse de manera más concreta y dar pie a acciones productivas.



Sabemos que los pensamientos influyen directamente en el estado anímico y encierran por ello un gran poder. Pero pocas veces se señala que al pensar bien también se aprende, lo cual a menudo ni surge de manera natural ni resulta fácil. Si se deja que la mente vague libre, es posible que la persona se sienta perdida a causa de un pensamiento desbordado y fuera de control.



Para empezar, conviene ser cuidadoso con los calificativos que se utilizan al hablar de uno mismo, especialmente si se trata de etiquetas limitantes que cierran posibilidades de cambio. Las personas tenemos ciertas tendencias de carácter, pero lo valioso es utilizar esta materia prima -sea una predisposición ansiosa, perfeccionista, extrovertida...- para sacarle el máximo partido en vez de que se transforme en algo problemático. La clave es aprender a tratar las preocupaciones como lo que son: ideas sobre el futuro pero no el futuro en sí. De hecho, en cuanto aparece una inquietud se puede decidir entre alimentar el temor o ponerle límites.



Una cosa son los pensamientos que surgen y otra la persona que los experimenta, que puede observarlos y elegir cómo actuar ante aquello que ocupa su mente. Realizar esta diferenciación permite adquirir mayor dominio sobre los propios pensamientos, aprendiendo a valorarlos, a comprobar su veracidad o a definir la probabilidad de que lo que se teme realmente suceda. De este modo, en vez de estar a merced de las propias preocupaciones, se adquiere la libertad para escucharlas o no según convenga.



Percepción distorsionada



"Los hombres olvidan siempre que la felicidad humana es una disposición de la mente y no una condición de las circunstancias" (John Locke)



La preocupación mantiene a la persona en un continuo: "¿Y si...?", que se traduce en un estado de alerta y tensión, nerviosismo e incluso irritabilidad. Viene a ser como si todas las alarmas estuvieran encendidas.



Podemos imaginar lo que implica sostener a lo largo del tiempo un estado de tensión de este tipo. La preocupación excesiva se vincula a trastornos de ansiedad y produce un importante desgaste físico y mental. El sufrimiento de quien se preocupa excesivamente es real, aunque el principal artífice sea su propia mente y no las circunstancias.



La psicología nos advierte sobre las distorsiones cognitivas. Consisten en modos de interpretar la realidad que resultan desacertados o extremos y conducen a emociones y estados anímicos desagradables. En la preocupación resulta evidente que las cosas no nos afectan por lo que son sino por cómo las vemos.



Las personas que se angustian más de la cuenta suelen sobrevalorar el peligro e infravalorar su capacidad para afrontarlo. Su atención se dirige especialmente a lo que resulta más negativo o amenazador, haciendo caso omiso de las demás señales.



De entrada, no hay que creerse al pie de la letra el mensaje que surge desde la preocupación, dado que probablemente se trata de una información distorsionada que es preciso contrastar con la realidad.



Tolerar la incertidumbre



"La dicha humana reside en dos cosas: estar libre de enfermedades del cuerpo y libre de preocupaciones del espíritu"



(Lin Yutang)



Quien tiende a preocuparse suele tener una asignatura pendiente: aprender a tolerar mejor la incertidumbre.



Es precisamente la dificultad para aceptar lo incierto lo que conduce a utilizar la preocupación como una estrategia de control. Ante una situación, se imaginan todas las posibles eventualidades, con el fin de obtener una respuesta adecuada para cada una. Mantener la mente ocupada alivia la inquietud del "no saber".



Sin embargo, a pesar de proporcionar esta ilusión de control, sufrir por anticipado no varía la probabilidad real de que algo suceda. Es más, vivir con el alma en vilo conlleva un alto coste: sentirse mal y angustiado durante todo el proceso.



Reorganizar la mente



"Hay dos tipos de preocupaciones: las que usted puede hacer algo al respecto y las que no. No hay que perder tiempo con las segundas" (Duke Ellington)



Si nuestra mente pudiera compararse a una pantalla de ordenador sería útil observar cuántos archivos con temas preocupantes están en danza en este momento. Cuando existen demasiadas carpetas abiertas el sistema va más lento, dado que las preocupaciones consumen memoria operativa. Y en ocasiones aparece un tema principal que ocupa toda la pantalla.



Siguiendo con el símil del ordenador, al observar las preocupaciones que aparecen en la pantalla conviene valorar si merecen que se les dedique cierto tiempo, si es preferible resolver esas cuestiones definitivamente y cerrarlas o si ha llegado el momento de arrojarlas a la papelera y eliminarlas para siempre del escritorio.



Por supuesto, no toda preocupación resulta nociva; a menudo, ante sucesos difíciles, es irremediable y humano sentir inquietud. Entonces puede ser útil preguntarse: ¿estoy mentalmente en el momento presente o más bien en el futuro? o ¿qué puedo hacer ahora para mejorar la situación? Diferenciar lo que está en nuestras manos y lo que no permite vivir un presente más libre de preocupaciones.



Libros que dan calma

‘Adiós, ansiedad’, de David Burns. Ediciones Paidós.



‘Es fácil dejar de preocuparse’, de Allen Carr. Editorial Espasa Calpe.

CRISTINA LLAGOSTERA 08/11/2009 El País dominical de Madrid

" Coaching emocional personalizado y a tu alcance"



Te invito a conocer el Coach Emocional Personalizado.La comunicación entre las personas se ha visto mejorada con los recientes avances en el trabajo de las emociones y la programación neuro lingüista más conocida con el nombre de PNL, que permiten dar respuestas a muchas situaciones que te enfrentas en tu diario vivir.




¿Tienes problemas con tu pareja, con personas que te interesan y siempre sales lastimado?, te cuesta decir No, Miedo al cambio.



Todos estos problemas derivan de emociones negativas que dominan tus pensamientos y el cambio de ciclo, es posible gracias a esta forma de aprendizajes, llegaremos a ser capaces de reconocer que emociones nos ponen contento, cuales nos motivan y cuales nos hacen fracasar.Nos pueden guiar,todas las actitudes de nuestra vida hacia pensamientos y hábitos constructivos, que mejoren en forma absoluta, los resultados finales que queremos alcanzar.



Por este motivo, me resulta Importante y necesario, invitarte a conocer este nuevo concepto, hecho desde dentro de tí y para tí, aprender a aprender en el desarrollo personal. Tu tienes todas las respuestas, el coach esta a la busqueda de facilitarte las preguntas para conectarte al objetivo deseado.





Creo por experiencia propia que la Importacia de conocernos a nosotros mismos y ser más INTELIGENTES con nuestras emociones, será la mejor manera de acercarnos a nuestra verdadera felicidad, que es distinta para cada uno!! Por esta razón es personalizado.



Creemos y ponemos toda la pasión en este nuevo concepto" Coaching emocional personalizado" por ello proponemos que te acerques a saber más de nosotros.


Contacta a través del correo jacobomalowany@gmail.com

Para alcanzar el éxito, la curiosidad y ser inmune al desánimo son tan importantes como los títulos.

Muchos ilustres de la historia han sido malos estudiantes. Para alcanzar el éxito, la curiosidad y ser inmune al desánimo son tan importantes como los títulos.



La historia de la ciencia y de la cultura está llena de malos alumnos que de adultos destacaron por sus logros. Entre los peores de la clase, en algún momento de su formación, estaban Albert Einstein, Charles Chaplin o Alejandro Amenábar. Miguel de Unamuno suspendía la asignatura de literatura, y Marguerite Yourcenar nunca pasó por la escuela.



“Mantener viva la curiosidad, aprovechar las oportunidades y saber rodearse de las personas adecuadas son decisivos para alcanzar el éxito”



“La clave para los ‘patitos feos’ es entender su diferencia como algo positivo, ya que les va a permitir hacer cosas extraordinarias”

¿Cómo lograron salir adelante y alcanzar la cima de su profesión? ¿Eran demasiado inteligentes y les aburría lo que se enseñaba en clase?



En el otro extremo del aula, el publicista Paul Arden explica en su libro Usted puede ser lo bueno que quiera ser que, a menudo, los más listos de la clase no triunfan en la vida. A continuación veremos por qué.



Expertos en pasado o en futuro



"La educación es lo que queda después de que uno ha olvidado lo que aprendió en la escuela"



(Albert Einstein)





Arden lo explica de este modo: en la escuela se aprende sólo el pasado, los hechos conocidos. Cuantos más hechos se recuerdan, mejores son las notas. Los que fracasan en la escuela no están interesados en el pasado, tal vez porque piensan en clave de futuro. O simplemente no tienen buena memoria. Pero esto no significa que no puedan tener éxito.



Lo único que demuestra el fracaso escolar de estos niños es que la educación académica no ha sabido estimular su imaginación. Por tanto, según esta hipótesis, los primeros de la clase dominan el pasado, mientras que muchos malos estudiantes son especialistas en imaginar el futuro, que es donde se encuentran sus éxitos. Por muy malas notas que hayan cosechado, si tienen un objetivo en la vida, encontrarán las fuerzas y los recursos para alcanzarlo. Para ellos, el mundo exterior es la verdadera escuela que les pone a prueba y les procura grandes lecciones.



En una sociedad que promueve la comparación hay personas que sufren un complejo de inferioridad por el hecho de no tener una carrera universitaria, especialmente si frecuentan un ambiente de licenciados. Sin embargo, basta echar una mirada a las biografías de grandes empresarios, intelectuales y artistas para comprobar que muchos de ellos no terminaron sus estudios.



Mantener viva la curiosidad, aprovechar las oportunidades y saber rodearse de las personas adecuadas son elementos mucho más decisivos para alcanzar el éxito que un título académico, por muy brillante que sea el expediente. También parece demostrado que hacer algo que nos guste -o lograr que nos guste lo que hacemos- es un ingrediente esencial para triunfar. Más allá de la inteligencia con la que estamos equipados, una actitud constante e inmune al desánimo completaría el kit básico de las personas que aspiran a la excelencia en su área de trabajo.



Mal de escuela



"Siempre me ha encantado aprender. Lo que no me gusta es que me enseñen" (Winston Churchill)





Volviendo a los últimos de la clase, el escritor Daniel Pennac habla en su ensayo Mal de escuela sobre la educación desde el punto de vista de los malos alumnos como él. En un relato apasionante, mezcla de recuerdos y reflexiones sobre la pedagogía, este autor hace hincapié en el sentimiento de frustración que embarga a este tipo de estudiantes:



"Todo nace de una primera incomprensión, de un problema de inhibición provocado por la timidez, el azar o cualquier otra causa. Y se acumula y se interioriza. Te dices a ti mismo que eres idiota, un cretino, que no hay nada que hacer contigo. Si te consideras idiota, entonces quedas liberado de cualquier esfuerzo. Lo tuyo es irreparable. (...) Sin embargo, en todo el tiempo que trabajé como profesor de alumnos de bachillerato nunca me topé con ningún muchacho idiota. Los padres pueden, podemos ser idiotas, la televisión, los libros y los grupos también, pero los chavales no lo son. Los hay más vivos, más atrevidos, más rápidos, pero ninguno es idiota".



Uno de los tormentos de la etapa escolar que analiza Pennac es el de la memoria. Los adultos recordamos las penosas jornadas de estudio en las que sudábamos para recordar fórmulas, verbos conjugados, nombres geográficos y fechas. Los alumnos peor aconsejados se quemaban las cejas tratando de reproducir un párrafo de los apuntes de historia al pie de la letra.



No obstante, se trata de una información que el alumno olvida inmediatamente después del examen. Y lo peor de todo es que puede llegar a reproducir el párrafo sin haber entendido el sentido del texto. Éste es un error que Pennac se esforzó en no cometer en su etapa como profesor: hacer entender a los alumnos que la memoria no es cuestión de acumulación, sino de comprensión. Aun así, asegura que "cuando se habla de violencia en la escuela no hay que olvidar que la escuela es, per se, el lugar de todas las violencias. Es el lugar donde se entrechocan el conocimiento y la ignorancia. Enseñar es violento, es violentar al otro".



Los grupos de Wallach y Kogan



"Cada persona es un genio al menos una vez al año. Los verdaderos genios simplemente tienen ideas más a menudo" (G. C. Lichtenberg)





Ya hemos visto que muchas personas brillantes recibieron suspensos y mostraron una actitud de rebelión. A menudo son sujetos por los que nadie daba un céntimo, por "tener la cabeza llena de pájaros" o porque eran incapaces de seguir unas normas.



Teniendo en cuenta que España es uno de los países europeos con una mayor tasa de fracaso escolar, ¿significa que vivimos en un país de genios? Si miramos el amplio elenco de pintores, arquitectos, cocineros y deportistas de fama mundial, podemos pensar que es así. Pero en el reverso de la moneda tenemos un país líder en desempleo, con una economía que se ha basado en el poco creativo mundo de la promoción inmobiliaria.



Dejando de lado los tópicos, en cualquier cultura hay diferentes grupos humanos, según se combinan la creatividad y la inteligencia. De acuerdo con el test desarrollado por Wallach y Kogan, éstos son los siguientes:



a) Mucha creatividad y mucha inteligencia. Son personas con una alta capacidad de atención en sus tareas. Suelen ser populares en su entorno y poseen una gran autoestima.



b) Poca creatividad y poca inteligencia. Como no les gusta correr riesgos, se refugian en los convencionalismos. Buscan la seguridad en las cosas y personas conocidas. Acostumbran a ser tímidos y con baja tolerancia a las críticas.



c) Mucha creatividad y poca inteligencia. Su problema es que poseen una capacidad de atención muy reducida. Tienen buenas ideas, pero se dispersan demasiado fácilmente. Se caracterizan por un alto nivel de autocrítica y tienden a aislarse.



d) Poca creatividad y mucha inteligencia. Confían mucho en sí mismos, pero necesitan trabajar en un entorno ordenado y previsible. Destacan por su alto rendimiento laboral y académico. Acostumbran a ser extravertidos y sociables.



El arte de la resiliencia



"El fracaso es un episodio, nunca una persona" (W. D. Brown)





Dado que es innegable que muchos alumnos reproducen el fracaso escolar en el mundo laboral, la cuestión es: ¿por qué algunos niños logran superarse y triunfar, mientras que otros arrastran su frustración toda la vida adulta?



Según el neurólogo y psiquiatra Borís Cyrulnik, el factor diferenciador se llama resiliencia: la capacidad de realizarse y ser feliz, independientemente de lo traumático que haya sido el pasado de cada persona. Él mismo es un vivo ejemplo, dado que durante el nazismo sufrió la muerte de sus padres en un campo de concentración del que como niño logró huir. Pese a tan terrible punto de partida, logró estudiar sin contar con medios económicos hasta convertirse en una autoridad de talla mundial.



En su ensayo Los patitos feos, este autor apela al cisne que vive en el interior de toda persona que alguna vez se ha sentido excluida, incomprendida o fracasada. El protagonista del cuento tiene algo que lo hace diferente a sus compañeros. La clave es entender esta diferencia como algo positivo, ya que le va a permitir realizar cosas extraordinarias.



Para que el patito feo se convierta en cisne debe proyectarse hacia el futuro. Si hay una meta y ganas de alcanzarla, la metamorfosis es sólo cuestión de tiempo.



Un buen ejemplo de esto lo encontramos en una vivencia del también neurólogo Víktor Frankl, quien sufrió una experiencia equiparable a la de Cyrulnik. El impulsor de la "logoterapia" cuenta que cuando estaba preso en un campo de concentración, un día, mientras transportaba material, desfalleció. Postrado en el suelo, oyó cómo un guardia nazi se le aproximaba, lo cual significaba la muerte segura. En vez de aceptar su destino, en aquel momento se imaginó a sí mismo como futuro conferenciante que explicaba al mundo las barbaridades de los campos de exterminio. Esta misión personal le bastó para sacar fuerzas de flaqueza y levantarse. Eso le salvó.



Del mismo modo, muchos niños y niñas que han sido patitos feos en el aula han logrado convertirse en cisnes y triunfar en la vida porque tenían planes ambiciosos más allá de los muros de la escuela.



La vida es la gran maestra

“Más importante que la inteligencia es la alegría de ver que uno es capaz de vencerse y ponerse metas y cumplirlas. Una persona con voluntad llega en la vida más lejos que una persona inteligente. Y esto lo vemos, de entrada, en el panorama del estudio, ya que éste es un termómetro que registra muchas cosas concretas de la conducta de un joven. Muchos de los que han abandonado sus estudios se han dado cuenta después de que su problema no era de cabeza, sino de método. (…) Cada uno se educa a sí mismo a través de sus experiencias personales. La vida enseña más que muchos libros. La vida es la gran maestra. Lo que sucede es que, en ocasiones, ese conocimiento es tardío y ya sólo va a tener aplicación inmediata”. Enrique Rojas



Para volver a la escuela



Libros



Usted puede ser lo bueno que quiera ser’, de Paul Arden (Phaidon).



‘Mal de escuela’, de Daniel Pennac (Mondadori).



‘Los patitos feos’, de Borís Cyrulnik (Gedisa).



Películas



‘La piel dura’, de François Truffaut (20th Century Fox).



‘Rebelión en las aulas’, de James Clavell (Columbia).



‘La clase’, de Laurent Cantet (Cameo).
FRANCESC MIRALLES 01/11/2009 El País de Madrid

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