La mochila cargada de cosas inútiles


Acabo de ver la pelicula "Up in the air" dónde Ryan Bingham (George Clooney) es un experto en despedir a gente, contratado de forma externa por otras empresas para reducir personal. Ryan lleva mucho tiempo contento con su despreocupado estilo de vida, viviendo por toda Norteamérica en aeropuertos, hoteles y coches de alquiler. Puede llevar todo lo que necesita en una maleta con ruedas. Es un miembro mimado y de élite de todos los programas de fidelización de viajeros que existen. Y le falta poco para alcanzar el objetivo de su vida: conseguir una secreta y desorbitada cifra de millas de viajero habitual, que le daría acceso a un restringido y selecto club como poner el nombre suyo a un avión.

En sus momentos de conferencista dice que pensemos en llenar una mochila
¿Qué ponemos?. Tengo demasiadas cosas. Le ocurre a la mayoría de las personas que vivimos en estos tiempos.  De hecho, cuanto más pobre es la gente, más cosas parece que tiene.

Esto no siempre ha sido así. Las cosas solían ser escasas y valiosas. Todavía pueden encontrarse evidencias si se buscan. Por ejemplo, antes las casas no tenian armarios amplios, espacios para guardar cosas.  En aquellos tiempos las cosas que tenía la gente cabían en una cajonera. Incluso hace sólo unas décadas, la gente tenía muchas menos cosas. Cuando veo fotos de los 70 me sorprendo de lo vacías que parecían estar las casas. Cuando era niño tenía lo que creía que era una flota enorme de coches de juguete, una cantidad ridícula comparada con la cantidad de juguetes que tienen mis sobrinos. Todos mis Matchboxes y Corgis (coches de juguete) juntos ocupaban un tercio de la superficie de mi cama. En la habitación de mis sobrinos la cama es el único lugar que queda libre.



Las cosas se han abaratado muchísimo pero nuestra actitud hacia ellas no ha cambiado. Sobrevaloramos las cosas.



Esto era un gran problema para mí cuando no tenía dinero. Me sentía pobre y las cosas parecían valiosas, así que las acumulaba casi instintivamente. Los amigos se dejaban algo cuando se trasladaban, veía cosas en buen estado abandonadas en la basura alguna noche, me encontraba con algo casi nuevo por una décima parte de su precio que alguien vendía en su garaje. Y, zas, más cosas.



En realidad estas cosas gratuitas o casi gratuitas no eran ninguna ganga porque valían menos de lo que costaban. La mayoría de las cosas que acumulé no valían nada porque no las necesitaba.



Lo que yo no entendía era que el valor de una nueva adquisición no era la diferencia entre su P.V.P. y lo que yo pagaba por ella. Era el valor que yo obtenía de ella. Las cosas son activos extremadamente líquidos. Si no se tiene un plan para vender esa cosa tan "valiosa" comprada tan barata, ¿qué es lo que la hace valiosa?. La única forma de obtener algún beneficio de ella es usándola. Y si no se le da un uso inmediato es probable que nunca se le dé.



Las empresas que venden cosas han invertido enormes sumas de dinero en hacernos pensar que las cosas todavía son valiosas. Pero sería más cercano a la verdad tratar las cosas como si no valieran nada.



De hecho, es peor todavía, porque una vez acumulada una determinada cantidad de cosas, las cosas empiezan a poseerle a uno, en vez de ser al revés. Conozco a una pareja que no pudo retirarse a su pueblo favorito porque no podían permitirse una casa lo suficientemente grande como para albergar todas sus cosas. La casa no es de ellos, es de sus cosas.



Y, salvo que uno sea extremadamente organizado, una casa llena de cosas puede resultar muy deprimente. Una habitación desordenada y revuelta mina el espíritu. Una razón, obviamente, es que hay menos sitio para la gente en una habitación llena de cosas. Pero hay más. Creo que los humanos examinamos constantemente nuestro entorno para construirnos un modelo mental de lo que nos rodea. Cuanto más difícil de analizar es la escena, menos energía queda para los pensamientos conscientes. Una habitación revuelta es literalmente agotadora.



(Esto puede explicar por qué el desorden no parece molestar tanto a los niños como molesta a los adultos. Los niños son menos perceptivos. Construyen un modelo menos elaborado de su entorno y esto consume menos energía.)



La primera vez que me di cuenta de la carencia de valor de las cosas fue cuando viví un año en Israel. Lo único que me llevé después para mi paseo por Europa fue una gran mochila llena de cosas. Cargue mucho peso para nada.


Lo realmente triste de todo esto no es que acumulara toda estas cosas inútiles, sino que generalmente me gastaba dinero que necesitaba desesperadamente en cosas que no necesitaba.



¿Por qué lo hacía?. Porque la gente que se dedica a vender cosas es realmente buena en su trabajo. Un joven de 25 años no es rival para empresas que han invertido años investigando cómo hacer que te gastes dinero comprando cosas. Hacen de la experiencia de comprar cosas algo tan agradable que "comprar" se ha convertido en una actividad de ocio.



¿Cómo protegerse de estas personas?. No puede ser fácil. Soy una persona bastante escéptica y aun así sus trucos han funcionado conmigo hasta bien entrado en la treintena. Pero algo que puede funcionar es preguntarse, antes de comprar algo, "¿esto va a hacer que mi vida sea notablemente mejor?".



Una amiga mía se curó de su hábito de comprar ropa preguntándose a sí misma antes de comprarse algo "¿voy a ponerme siempre esto?". Si no era capaz de convencerse a sí misma de que lo que estaba pensando comprar era una de esas cosas que siempre se pone, no lo compraría. Creo que esto funciona para cualquier tipo de compra. Antes de comprar algo, pregúntate: ¿voy a utilizar esto constantemente? ¿o simplemente es algo bonito? o, todavía peor, ¿es simplemente una ganga?.



Las peores cosas a este respecto son las cosas que no se usan mucho porque son demasiado buenas. Nada posee más a uno que las cosas frágiles. Por ejemplo, la "porcelana" que tantas familias tienen y cuya cualidad que la define no es que sea divertida de utilizar, sino que uno tiene que ser especialmente cuidadoso para no romperla.



Otra forma de resistirse a comprar cosas es pensar en el coste total de poseerlas. El precio de compra es sólo el principio. Hay que pensar en esa cosa durante años—quizá duarnte el resto de la vida. Todo lo que uno posee resta energía a un mismo. Algunas cosas proporcionan más de la que restan. Ésas son las cosas que merece la pena tener.



Yo ya he parado de acumular cosas. Excepto libros—pero los libros son diferentes. Los libros se parecen más a un fluido que a objetos individuales. Tener varios miles de libros no es un inconveniente especialmente grande, mientras que si poseyeras miles de cosas aleatorias serías famoso en tu vecindario. Salvo libros, ahora intento evitar activamente las cosas. Si alguna vez quiero gastar dinero en darme algún capricho, lo emplearé en servicios y no en bienes.



No alego esto porque haya alcanzado algún tipo de indiferencia tipo zen acerca de las cosas. Hablo de algo más mundano. Ha habido un cambio histórico y ahora soy consciente. Las cosas solían ser valiosas, pero ya no lo son.



Pasó lo mismo con la comida a mitad del siglo veinte en los paises indistrializados. Conforme la comida se abarataba (o nos enriquecíamos; es indistinguible), comer demasiado comenzó a ser más peligroso que comer poco. Ahora hemos alcanzado ese mismo punto con las cosas. Para la mayoría de la gente las cosas han llegado a suponer una carga.



La buena noticia es que, si llevas una carga encima sin saberlo, tu vida puede ser mejor de lo que imaginas. Imagina que has estado andando con pesas de dos kilos en los tobillos durante años y que te las quitas de repente.

Basado en un relato de Paul Grahan .

El cerebro es clave para nuestra vida, ¿cómo mantenerlo activo?


Mantener activo el cerebro con desafíos intelectuales y unos buenos hábitos nos permite pensar como jóvenes con el valor añadido de la experiencia.


Demasiadas veces se relaciona la madurez con la pérdida de facultades mentales. Pero especialistas en el funcionamiento del cerebro como Tony Buzan aseguran que no tiene por qué ser así.



“El estrés puede dañar los procesos cognitivos como el aprendizaje y la memoria. En especial el estrés crónico”

“Contrariamente a lo que se cree, el cerebro de un genio no es diferente del de una persona común y corriente”

Las pruebas de coeficiente intelectual que comparan el rendimiento de mayores y jóvenes suelen dar una puntuación más alta a estos últimos por una simple cuestión de entrenamiento: los estudiantes están más habituados a resolver pruebas de este tipo que los que dejaron la escuela o la universidad hace varias décadas.

Sí es cierto que un cerebro joven tiende a resolver los ejercicios con más rapidez que uno adulto. Pero eso no es necesariamente negativo, ya que la lentitud está motivada por una experiencia que ha enseñado a la persona a filtrar más posibilidades antes de llegar a una respuesta.

A partir de cierta edad, sin embargo, un cerebro apelmazado por una actividad sedentaria, con muchas horas frente al televisor, empieza a ralentizarse y a tener problemas de memoria. Así como a los pacientes con una larga hospitalización les cuesta volver a caminar, porque han perdido tono muscular, también las facultades intelectuales requieren un entrenamiento diario. Para lograrlo, vamos a cuidar de nuestro centro de operaciones con un plan de antiaging.

Las monjas de Mankato

“Una mente perezosa es el taller del diablo” (Proverbios)

En su manual Tu cerebro más joven, Tony Buzan pone como ejemplo de longevidad intelectual una comunidad de monjas de un recóndito lugar de Minnesota (EE UU) llamado Mankato. Desde hace tiempo interesa a los investigadores del envejecimiento cerebral, ya que muchas de estas mujeres superan los 90 años y hay una cuantas centenarias, la mayor parte de ellas con una asombrosa agilidad mental.

Una monja de esta comunidad, Marcella Zachman, fue portada de la revista Life porque impartió clases hasta los 97 años. Otra hermana, Mary Esther Boor, no se jubiló de su trabajo hasta los 99 años.

El profesor David Snowdon, de la Universidad de Kentucky, investigó por qué entre estas mujeres hay un índice de demencia senil y otras enfermedades mentales muy inferior a la media. La respuesta es que las monjas de Mankato hacen todo lo posible para mantener la mente ocupada en su vida cotidiana. Compiten en concursos, resuelven pasatiempos y mantienen debates, además de escribir en sus publicaciones, dirigir seminarios y dar clases. Según Snowdon, el estímulo diario revitaliza los conectores del cerebro, que tienden a atrofiarse con la edad, haciendo que se ramifiquen y creen nuevos vínculos.

Estudiosos del cerebro humano han demostrado que la red neuronal del cerebro nunca es la misma, ya que, dependiendo de nuestra actividad, fortalecemos unas conexiones a la vez que debilitamos otras. Cada experiencia enciende su propio patrón de neuronas, por lo que el mapa cerebral cambia sin cesar.

Ésa es la buena noticia: puesto que el buen estado de los circuitos del cerebro depende de lo que hacemos con él, podemos evitar la pérdida de facultades mentales tonificando nuestra materia gris con retos y estímulos de calidad.

La regla de las 10.000 horas

“Lleva mucho tiempo llegar a ser joven” (Pablo Picasso)

En un libro del que se ha hablado mucho recientemente, Fueras de serie, Malcolm Gladwell postula la regla de las 10.000 horas. Según las estadísticas recogidas por el autor, es el tiempo que necesita aplicarse a una misma actividad cualquier persona para alcanzar la maestría.

Contrariamente a lo que se cree, el cerebro de un genio no es diferente del de alguien común y corriente, tal como se comprobó en la disección del de Einstein. Todos tenemos más talento para unas disciplinas que para otras, pero lo que distingue a la persona brillante del resto son esas 10.000 horas que ha dedicado a una misma cosa, sea el violín, la informática o la gestión de un negocio.

Esta regla también se aplica al rendimiento del cerebro. Según los neurólogos, cuando lo mantenemos ocupado a través de la lectura, la creación artística o el juego, aumenta la llamada memoria automática, que es la que nos permite hacer cosas sin pensar en ellas.

Es el caso del ajedrecista que, en los primeros compases de la partida, mueve sus piezas sin tener que cavilar. O el de un pianista de nivel que interpreta una compleja partitura mientras habla con alguien. Su esfuerzo y constancia les han procurado un seguro de vida para sus facultades intelectuales, que operan incluso sin que intervenga la conciencia.

Algunos ejemplos de que la agilidad mental no está reñida con la edad fueron Miguel Ángel, que dio luz a sus mejores obras de los 60 a los 89 años, hasta su último día de vida. Goethe terminó su obra maestra Fausto a los 82 años. Y un escritor más cercano a nosotros, José Saramago, sigue manteniendo a los 87 años una más que envidiable actividad literaria.

Su secreto tiene dos ingredientes básicos: trabajo e ilusión.

Las 7 claves de un cerebro joven

“Envejecer es un mal vicio que no se pueden permitir los que andan muy ocupados” (André Maurois)

Como no todo el mundo tiene tiempo o ganas de escribir novelas o de tocar el violín, vamos a ver las claves para mantener el cerebro joven a cualquier edad. Según el divulgador William Speed, hay siete cosas que todo el mundo debería hacer para que su centro de operaciones no vea menguado su rendimiento:

1. Ejercicio. Según los especialistas en terapias antiaging, el mejor tonificador del cerebro son las zapatillas de deporte, ya que mejora el ritmo cardiaco y, por tanto, la circulación de la sangre. Un cerebro bien irrigado mantiene en buen estado las conexiones entre las neuronas, que son esenciales para el pensamiento. Por tanto, el ejercicio suave suministra más sangre y oxígeno a nuestro tejido cerebral, evitando que se deteriore.

2. Buena alimentación. El consumo de alimentos ricos en antioxidantes –frutas y verduras, legumbres, frutos secos, té verde– no sólo ayuda a prevenir el cáncer, sino que neutraliza los temidos radicales libres que envejecen el cerebro. Una dieta demasiado grasa, además, puede derivar en presión arterial alta, diabetes, obesidad o colesterol, los cuales dificultan el riego sanguíneo también en el cerebro.

3. Aprender siempre. Aunque nuestra materia gris empieza a envejecer a los 30 años, un aprendizaje constante permite mantener la agilidad. Para ello debemos procurar a la mente ejercicios y nuevos desafíos.

4. Mantener la calma. Jeansok Kim, un investigador de la Universidad de Washington, asegura que el estrés puede dañar los procesos cognitivos como el aprendizaje y la memoria. En especial, el estrés crónico debilita la región del cerebro denominada hipocampo, donde se forma y consolida la memoria.

5. Dormir suficiente. Un estudio llevado a cabo en Harvard con estudiantes de matemáticas demostró que un buen descanso nocturno duplicaba la capacidad de los participantes para resolver problemas planteados el día antes. Esto se debe a que, mientras dormimos, el cerebro se mantiene activo y tiene tiempo de sintetizar lo que ha aprendido con anterioridad. La expresión “voy a consultarlo con la almohada” tiene, por tanto, mucho sentido.

6. Reír. El humor estimula la generación de dopamina, una hormona y neurotransmisor que nos hace “sentir bien”. La risa nos ayuda a relativizar nuestras preocupaciones, con lo que evitamos que nuestra mente se ancle.

7. Aprovechar la experiencia. Lo bueno de hacerse mayor es que atesoramos un archivo con millones de situaciones que nos proporcionan criterio. Esta información podemos aprovecharla para afrontar problemas –nuestros o de otras personas– para los que una persona joven no está preparada.

Juegos para el cerebro

“Los seres humanos no dejan de jugar porque envejecen; envejecen porque dejan de jugar” (Oliver Wendell Holmes).

En las farmacias se venden sofisticados complementos vitamínicos para nutrir nuestro músculo pensante, y las tiendas de productos naturales recomiendan ginseng para la vitalidad y gingko biloba para reforzar la memoria. Sin embargo, la mayoría de especialistas coinciden en que el juego es el protector número uno de las facultades mentales. La terapeuta Amber Hensley aconseja incorporar a nuestra rutina diaria alguna de estas actividades para mantener bien lubricada nuestra red neuronal:

• Juegos de mesa como el ajedrez, las damas, el dominó o las cartas, incluyendo los solitarios.

• Puzzles, mecanos y otros juegos de construcción.

• Crucigramas, sudokus o cualquier pasatiempo.

Para los que se aburren con esta clase de pasatiempos, aprender un idioma es una excelente manera de engrasar todos nuestros circuitos cerebrales, ya que implica ejercitar la memoria, entender nuevas estructuras y sintetizar reglas gramaticales.

Por supuesto, dos actividades como leer y escribir también resultan una gimnasia mental de primer orden, al igual que aprender a tocar algún instrumento musical.

Una actitud optimista será el complemento imprescindible para que nuestro cerebro sea un generador de creatividad en lugar de un pozo de lamentos. Alimentar la curiosidad y celebrar cada día que pasamos en el mundo es todo lo que hace falta para no retirarnos nunca del lado soleado de la vida. Como reza un proverbio irlandés, “nunca lamentes que te estás haciendo viejo, porque a muchos les ha sido negado este privilegio”.

Para mantener la mente fresca

1. Libros

– ‘Tu cerebro más joven’, Tony Buzan (Urano).

– ‘Fueras de serie’, Malcolm Gladwell (Taurus).

2. Películas

– ‘Ahora o nunca’, Rob Reiner (Warner Home).

– ‘Space cowboys’, Clint Eastwood (Warner Home).

3. Discos

– ‘At my age’, Nick Lowe (Proper Records).

– ‘Buena Vista Social Club’, Ry Coder (World Circuit).

Seguir siendo niños

“La única forma de mantenerse joven mentalmente es no dejar nunca de jugar. Independientemente de la edad, debemos vivir como si estuviéramos poniendo a prueba el mundo, es decir, seguir siendo niños. Cuando observamos a grandes artistas como Matisse, Picasso o Miró, entendemos que en esencia continuaron haciendo lo mismo que en su infancia: jugar, divertirse, ponerse nuevos retos. Mantener la ilusión cada día y no renunciar a los valores de la infancia es el elixir de la juventud. También para el cerebro, pues en cuanto empiezas a pensar como un viejo ya has perdido la batalla. Por eso es bueno que los abuelos estén cerca de sus nietos y les vean jugar e imaginar. Los niños son nuestros mejores maestros” (Gerard Rosés, pintor).
El País de Madrid  escritó`por FRANCESC MIRALLES 24/01/2010

Soy joven o me siento joven



Cómo darte cuenta de que no sos más joven



Pasan cosas raras con la juventud. Porque por más joven que te sientas, a partir de cierta edad el cuerpo te empieza a dar indicios de que los años alocados están pasando de largo.



Pero hay gente que prefiere ignorar esos signos, o que no se da cuenta. Para ellos, he traído un pequeño listado de pistas para darte cuenta de que ya no sos más joven.







- En la plaza, cuando a los pibes que juegan se les escapa la pelota no te la piden diciéndote “Cacho”, “flaco”, o “pibe”. Te dicen “Señor, me alcanza la pelota”



- Cuando estás con una linda señorita, en lugar de pensar a qué albergue transitorio la vas a llevar, pensás a qué restorán la vas a llevar



- Cuando más que la pasión te preocupa la pensión



- Cuando cada vez que te reunís con tus amigos a comer o a tomar un café el tema principal son las enfermedades.



- Cuando vas a una fiesta y a las 12 de la noche, momento en el que todavía no pasó nada, ya entrás a bostezar y buscar excusas para irte a tu casa a apoliyar



- Cuando ya no pensás más “¿Por qué no? Y en su lugar pensás “¿Para qué me voy a molestar?’”



- Cuando agarrás el diario, en lugar de empezar a leerlo por los chistes, empezás por los obituarios



- Cuando empezás a mentir la edad



- Cuando de tu grupo musical preferido sólo queda el bajista internado en un geriátrico



- Cuando podés vivir tranquilamente sin sexo, pero no sin tus anteojos.



- Cuando no sólo te molesta mucho la música fuerte, sino que a veces, ni siquiera la escuchás



- Cuando te la pasás repitiendo a tus amigos y a vos mismo: “pero yo me siento un pendejo”


Escrito por Adrián Stoppelman

¿La realidad se puede cambiar?


Nos levantamos de buena mañana y mientras nos duchamos, a nuestro alrededor hay todo un mundo que se mueve. A la vez que nos enjabonamos, otras personas están haciendo cosas, aparentemente independientes a nosotros. Cuando nos secamos el pelo, alguien está corriendo porque llega tarde al trabajo, porque ayer salió de fiesta. Otra persona quería subirse a un taxi, pero alguien se le adelantó. Al salir de casa, pasamos por una cafetería que aún no ha abierto la máquina de café porque el encargado ha estado un rato discutiendo con su pareja por teléfono. Y salimos apresurados en busca de otra alternativa cuando escuchamos un frenazo de un taxi que no puede evitar atropellarnos.

Una nueva mirada

“Formamos parte de un todo, pero nuestra primera decisión de cada día debe ser con qué actitud afrontamos la existencia”
Sólo si una de las cosas que sucedían mientras estábamos en la ducha hubiera sido de otra manera, sólo una, puede ser que el taxi hubiera pasado de largo sin atropellarnos. Incluso puede que ese taxi no hubiera pasado nunca. Pero siendo como es la vida, un conjunto de contingencias, de causas y efectos, de incidentes y accidentes, de circunstancias que diría Ortega y Gasset, cabe preguntarse con qué actitud queremos afrontar esta realidad universal: ¡todo está conectado!

EL TODO Y LAS PARTES

“Para crear una tarta de manzana, primero tienes que crear un universo” (Carl Sagan)

Cuenta David Jou, catedrático de Fisiología de la Universidad Autónoma de Barcelona, que nuestra realidad, constituida fundamentalmente por átomos, no existiría si los valores de las constantes físicas, como la gravitación, la masa del electrón o la interacción nuclear débil, por ejemplo, fueran ligeramente diferentes de lo que son. Así es como podemos descubrir dos puntos de vista bien distintos: que la vida es un azar o que el universo y todo lo que existe en él es como debe ser, o sea, que todo está bien.
Ya no caben dudas de que en este mundo todo está interconectado, todo está en relación con todo. Así lo afirma Lynne McTaggart, periodista especializada en ciencia. “Toda la materia del universo está conectada en el nivel subatómico a través de una constante danza de intercambios cuánticos de energía. En el más básico de los niveles, cada uno de nosotros es también un paquete de energía pulsante en constante interacción con ese mar de energía”.
Siendo así, lo que hacemos y lo que pensamos está influyendo y a la vez es influido por el conjunto de la existencia. El todo nos afecta y cada uno de nosotros afecta a ese todo, llamémosle universo, sociedad, país, barrio, familia, relaciones y uno mismo. Eso nos debe hacer pensar si, entre el Yo y la circunstancia, existe alguna separación.

LA ACTITUD EXISTENCIAL

“Lo que tú evitas sufrir, no lo hagas sufrir a otros” (Epicteto)

Aunque formamos parte de un todo, cada día al levantarnos, no nos encontramos con ese todo, sino con sus partes, con pequeñas proporciones de vida a las que decidimos prestar atención. Esto significa que nos convertimos en el observador que da sentido de realidad a nuestras experiencias. Ésa es nuestra primera responsabilidad. Ésa es la primera decisión: ¿con qué actitud afrontamos la existencia?
Ante ese maremagno caótico de azares, muchas personas escogen el papel de víctima. Ya que el mundo está lleno de suertes e infortunios, pues ¡qué le vamos a hacer! Entonces la vida se convierte en una barca que va según sopla el viento y en constante amenaza de deriva. Los victimistas creen que lo que hagan o dejen de hacer no va a cambiar las cosas y que, lo que tenga que suceder, sucederá, y por supuesto sucederá siempre lo peor. Ante esta evidencia inamovible, según su punto de vista, no cabe otro remedio que la queja o la resignación.
Otras personas, en cambio, deciden que la única manera de sobrellevar tanta incertidumbre existencial es controlándolo todo. No hay mejor manera de quitar incertidumbre que despejar incógnitas, planificar al detalle y anticipar los movimientos ajenos para evitar sorpresas emocionales. Con tal que todo ocurra según lo que tienen previsto, los controladores fuerzan las cosas, fuerzan al tiempo, se fuerzan a sí mismas y fuerzan por desgracia a los demás.
COCREANDO LA REALIDAD
“Maestro, ¿cuál es el secreto de tu serenidad? Entregarme incondicionalmente a lo inevitable” (pensamiento estoico)
Por suerte nos queda, al menos, una tercera vía: la de hacernos uno con el todo. Es decir, conjugar eso que llamamos circunstancias con nuestra capacidad creadora. Es cierto que, lo observe o no, ahí fuera existe un mundo de leyes físicas y de fenómenos intangibles que capto a través de mis sentidos. Pero también es cierto que quien enseña a los sentidos es el observador, es ese Yo que decide y que piensa y siente sobre todo lo que le sucede. Por eso las cosas no son como son, sino como somos.
Decía Séneca que la sabiduría radica en saber distinguir correctamente dónde podemos modelar la realidad para ajustarla a nuestros deseos, de donde debemos aceptar, con tranquilidad, lo inalterable, o sea, lo que es. Pero aceptar no debe confundirse con resignarse. Si algo nos hace creadores es la capacidad de transformar las cosas, no de soportarlas. Y no puede haber transformación sin aceptación previa. Quien más, quien menos ha intentado, sin éxito cambiar la naturaleza de las cosas y a los demás. Lo intentamos hasta que nos damos cuenta de que, para cocrear, partimos de lo que es y no de lo que debería ser.

YO SOY MIS CIRCUNSTANCIAS

“El hombre no es hijo de las circunstancias. Las circunstancias son hijas del hombre”
(Benjamin Disraeli)

Cuando Ortega y Gasset acuñó su poderoso aforismo, añadió: “Yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella no me salvo yo”. A mi modo de ver, nuestro filósofo intuyó que las circunstancias no son algo que ocurre a pesar del individuo, sino una realidad relacional indivisible. No estamos en el mundo sino que el mundo está en nosotros.
A menudo hago la siguiente pregunta: ¿aceptas que estás viviendo la vida que has escogido vivir? Mucha gente cree que no porque algunas decisiones de su vida no las han tomado ellas. Ocurren hechos que sin duda condicionan nuestra vida, pero nunca la determinan. No podemos cambiar los hechos, pero sí la manera en que nos relacionamos con ellos.
Si respondemos afirmativamente a la pregunta, eso nos hace responsables, que no culpables, que es otra historia. Yo soy mis circunstancias porque, de la relación que establezco con ellas, nace una realidad. Y Yo seré eso y no otra cosa. Lo bueno es que mañana puedo crearlo todo de otra manera. Eso sí, si no lo creo, no lo veo.

Una nueva mirada

1. Películas

‘¿Y tú, qué sabes?’. Dirigida por Mark Vicente, William Arntz y Betsy Chasse
‘Cadena de favores’. Dirigida por Mimi Leder.
‘El curioso caso de Benjamin Button’. Dirigida por David Fincher

2. Libros

‘El Campo’. Lynne McTaggart. Sirio.
‘Reescribiendo el Génesis’. David Jou. Editorial Destino
‘Meditaciones del Quijote’. Ortega y Gasset.

El País de Madrid XAVIER GUIX 10/01/2010

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