¿cómo enfrentas tus problemas, las adversidades?¿Eres una Zanahoria, Un Huevo o Un Grano de Café?


Esta misma pregunta se la hice a Catalina y me respondio soy una zanahoria, porqué pregunte. Soy muy fuerte,  pero cuando me tocan el corazón me ablando toda. Tiene diez años y es el  motivo de que publique hoy la fabula.

Había una vez......
Una joven fue a ver a su madre. Le contó sobre los momentos que estaba viviendo y lo difícil que le resultaba salir adelante. No sabía cómo iba a hacer para seguir luchando y que estaba punto de darse por vencida y abandonar todo. Ya estaba cansada de luchar y empeñarse por vencer los obstáculos. Tenía la impresión de que tan pronto lograba encontrarle la solución a un problema, inmediatamente surgía otro.



Su madre le pidió que la acompañara a la cocina. Llenó tres ollas con agua. En la primera colocó zanahorias, en la segunda huevos y, en la última,colocó granos de café molidos. Sin decir una palabra esperó que el agua de las ollas empezara a hervir. Unos veinte minutos más tarde apagó las hornallas.



Retiró las zanahorias y las colocó en un recipiente. Hizo lo mismo con los huevos. Luego, con un cucharón, retiró el café y también lo puso en otro recipiente. Dirigiéndose a su hija, le preguntó: "Ahora dime lo que ves".



"Veo zanahorias, huevos y café", fue la respuesta de la hija. La madre le pidió que se acercara y tocara las zanahorias. Estaban blandas. Después le pidió que tomara un huevo y lo pelara. Una vez retirada la cáscara, pudo observar que el huevo se había endurecido. Finalmente, le pidió que tomara un trago del café. La hija sonrió al oler el rico aroma que desprendía la infusión.



Entonces la hija preguntó: "¿A qué viene todo esto, mamá?" La madre le explicó que cada uno de esos objetos había tenido que enfrentar la misma adversidad -el agua hirviendo- pero cada uno había reaccionado de una manera diferente. La zanahoria era dura, resistente en el momento de haber sido colocada en el agua. Sin embargo, al ser sometida al agua hirviendo, quedó blanda y débil. La frágil cáscara exterior había protegido al líquido del interior del huevo. Pero, una vez hervido, el interior se endureció. Sin embargo, los granos de café molidos eran singulares. Una vez colocados en el agua hirviendo, fue el agua la que cambió.



"¿Con cuál de estos elementos te puedes identificar?" le preguntó a la hija. "Cómo le respondes a la adversidad cuando ésta golpea a tu puerta?



¿Eres una zanahoria, un huevo o un grano de café? Piensa en esto: ¿Qué soy? ¿Soy la zanahoria que parece ser fuerte pero, con el dolor y la adversidad me marchito y pierdo mi fuerza? ¿Soy el huevo que al principio tiene un corazón blando, pero cambia con el calor? ¿Es que tuve un espíritu fluido pero, después de una muerte, una separación, un problema económico o alguna otra situación difícil, me he vuelto dura y rígida? ¿Será que el aspecto de mi cáscara no cambió pero, por dentro, me he convertido en una persona amargada y difícil, con un espíritu rígido y un corazón endurecido?



¿O es que soy como los granos de café? De hecho, el grano hace cambiar al agua caliente, precisamente a la circunstancia que le produce dolor. Cuando el agua se calienta, el grano libera la fragancia y el sabor. Si tú eres como el grano de café entonces, cuando las cosas han llegado a su peor momento, tú empiezas a mejorar y a cambiar la situación creada alrededor tuyo. ¿Te puedes elevar a otro nivel en los momentos más sombríos y al enfrentar enormes desafíos?



¿Cómo enfrentas la adversidad? ¿Eres una zanahoria, un huevo o un grano de café?

A veces somos un poco necios en desconocer que hay otra realidad



La vida no es igual para muchos, aún en el primer mundo un juguete se tira y no se recicla nada por dar a otros. Las etapas consumistas van a dar paso a otras más solidarias. Hoy pongo este video para recordar que hay otros valores y necesidades. No hay peor cosa que no poder elegir.Piensen más en ayudar que en ser egoístas.

La credibilidad, fundamento de la confianza




La habilidad de creer en sí mismo y en los demás se fundamenta en cuatro dimensiones (o corazones, según Covey).


 Integridad. En cuanto al carácter de cada persona, la integridad se basa en la honestidad de cada persona, su veracidad, la congruencia entre sus valores y sus actos, la humildad y su coraje. Al respecto se deben mantener compromisos consigo mismo, estar abierto a nuevas opciones y al tanto de las cosas.


 Intención. Como otra dimensión relativa al carácter, la persona debe estar preocupada por los demás y cuidarlos; el motivo fundamental de su agenda debe ser la búsqueda del beneficio mutuo, hasta el punto de que se actúe por el provecho de las partes. La persona debe examinar sus motivos, abrir su agenda y, lo primordial, escoger abundancia.


 Capacidades. Relativas a las competencias de cada persona, sus capacidades deben inspirar confianza. Son las habilidades que se tienen para cumplir con las tareas: talentos, aptitudes, habilidades, experiencias, emociones. Para el efecto, la persona debe trabajar con sus fortalezas, mantenerse relevante y saber «para dónde va».


 Resultados. Se refieren a las competencias, así como al desempeño anterior y actual de las personas, que hacen que cosas positivas ocurran y que se logren los objetivos deseados. Para el efecto, cada uno debe hacerse responsable por los resultados (y no solamente por las actividades), con la esperanza de ganar, y finalizar el trabajo de una manera vigorosa.


Saber que no se sabe ya es saber




En la gestión que estoy llevando,  estoy aprendiendo cosas con otra perspectiva y que la información me es muy útil para seguir mejorando. La experiencia es el aprendizaje. A veces viene bien saber reconocer nuestras debilidades y lo que uno sabe.

A partir de hoy intentaré poner las leyes universales del éxito basadas en un escrito del Dr. Lair Ribeiro que ha influido en mi vida, al participar en dos talleres impartidos en Barcelona
La primera ley dice:

Si usted no sabe que sabe, cree que no sabe. Por otro lado, si cree que sabe y no sabe, actúa como si supiese. Esto puede provocar graves consecuencias.



Todos somos ignorantes, pero en temas diferentes. Al ser humano le es imposible saberlo todo. Reconocer la igno­rancia en alguna cosa es ya un conocimiento, porque abre la puerta del aprendizaje.



Nuestra mayor ignorancia es no saber que no sabemos. La arrogancia es ceguera cognitiva. Es volverse ciego al conocimiento.



Todo lo que aprendemos en la vida pasa por cuatro fases, y la ignorancia es la primera fase del aprendizaje.



En la fase de la ignorancia, no saber cuánto no sabemos. Cuando llegamos a saber que no sabemos, es que ya estamos aprendiendo y entramos en la segunda fase.

La culpa y la autoestima



Observemos una secuencia que podría suceder en cualquier casa: el niño o la niña juega a alcanzar un jarrón que se encuentra en lo alto de un mueble. Con el zarandeo, el jarrón se precipita al vacío rompiéndose en mil pedazos. La primera respuesta de la criatura es asustarse y llorar, o quedarse atorada. Se da cuenta de que su acción ha provocado algo anormal, es decir, que tiene una mínima conciencia de la relación entre la acción y sus consecuencias. Por eso no ríe, aunque tampoco sabe lo que debe sentir.

Placeres inocentes

Las personas de baja autoestima son más proclivesa los sentimientos de culpa, que refuerzan su distorsionada autoimagen

Entonces llega la figura cuidadora y al ver la cara que pone se da cuenta de la que le viene encima. Y llora. No por miedo, sino por la actitud con la que se le riñe. Ahora sabe lo que tiene que sentir. Acaba de descubrir algo así como un sentimiento de culpa. Hay cosas que están bien y otras que están mal.



LA CULPA ESTÁ ENRAIZADA EN NUESTRO SISTEMA EVOLUTIVO



El conocimiento del bien y del mal no es otra cosa que el afecto de alegría o de tristeza, en cuanto que somos conscientes de él (Spinoza)



Desde los tiempos de Adán y Eva, símbolos inequívocos de la idea de la transgresión de los códigos establecidos, el ser humano viene elaborando un sentimiento (emoción + cognición) al que denominamos culpa. En el paquete evolutivo de nuestras emociones básicas, tal como investigó Paul Ekman (miedo, tristeza, alegría, desprecio, asco, ira y sorpresa) no se encuentra para nada la culpa, tratándose entonces de una emoción secundaria o elaborada socialmente.



Esa misma evolución nos ha proporcionado lo que el mismo autor denomina species-constant learning, es decir, hay temas universales que como especie hemos ido emocionalmente aprendiendo, aunque existen muchas variaciones en su expresión según la persona, el contexto y la cultura. Se trataría de un código ético universal para que nuestras acciones puedan discriminar entre el bien y el mal.



Esos temas nos son dados, no adquiridos, conformados en nuestro inconsciente colectivo, con lo cual el tema de la culpa es como una pesada carga que arrastramos, seguramente porque en algún aspecto nos ha sido útil. Sólo así puede entenderse que, a pesar del sinsentido que tiene vivir en la culpa, sigamos sin saber cómo evitarla.



LA CULPA ES UN ELEMENTO DE CONTROL SOCIAL



Como en las deudas, no cabe con las culpas otra honradez que pagarlas (Jacinto Benavente)



Existen códigos, pautas, normas que no se deben transgredir porque, de hacerlo, no sólo aparece el castigo, sino, peor aún, el menosprecio de los nuestros, léase que no nos quieran, que nos alejen del grupo. Y ése es el peor de los miedos humanos.



Desde una visión teológica, la culpa es la transgresión de la voluntad divina, el pecado. En la vida civil hablamos de faltas o delitos por desobedecer las leyes. Existen a su vez leyes no escritas, códigos morales y éticos universales que inspiran la conducta de las personas con tal de facilitar su relación, su convivencia y el respeto por su entorno. Pero también se convierte, no nos engañemos, en un arma de control social.



PARA QUE EXISTA CULPA DEBE EXISTIR UN CULPADOR


El culpador es el guardián del código. Cuando lo transgredimos aparece el sentimiento de culpa (Norberto Levy)



El control más sutil y perverso se logra cuando la propia persona acaba regulándose a sí misma. Dicho de otro modo, para que exista culpa debe existir un culpador. Y no existe mayor culpador que uno mismo. Eso no está ahí fuera, sino en mi interior. Entonces soy culpable.



Hay quien se culpa por todo, quienes parecen mártires que cargan a cuestas el dolor del mundo, sin motivo. La culpa puede convertirse en un problema psicológico cuando no la frenamos.



LA BAJA AUTOESTIMA crea culpa



La culpa no está en el sentimiento, sino en el consentimiento



(san Bernardo de Claraval)



Las personas de baja autoestima son las más proclives a sufrir continuados sentimientos de culpa. En este caso, la culpa es disfuncional, ya que le sirve a la persona para reforzar su distorsionada autoimagen.



Por eso es tan importante que pongamos al culpador a raya. Que seamos capaces de discriminar a quien es el culpador que ahora nos juzga y a la vez observar el motivo de la culpa. Eso significa obedecer más a nuestra brújula interior que a los qué dirán de turno.



La culpa siempre está presente. Actuamos mucho más para evitar el sentirnos posteriormente culpables, que no por convencimiento.



Nos sabe mal decir que no; nos sabe mal pedir; nos sabe mal no responder a las expectativas de los demás. Entonces, ¿qué nos sabe bien? Si por hacer nuestro bien, lo que creemos que es bueno para nosotros, causamos un malestar a terceros, he ahí la clave para entender nuestras falsas culpabilidades. El único remedio que encontramos es la evitación, no sea que nos tilden de egoístas. Y así, dejamos de ser nosotros, para ser lo que los demás esperan de nosotros. He ahí el destino final de la culpa.



Si la culpa es evolutiva, ¿podemos lograr desprendernos de ella? Puede que no. Pero a medida que alcanzamos una nueva conciencia, sustituimos la culpa por la responsabilidad. La culpa es vivida como una separación entre nosotros y el mundo. La responsabilidad, por el contrario, nos adentra en él. La responsabilidad es equilibrio. ¿Y qué es la culpa sino su falta? Empecemos tal vez por ahí.





Placeres inocentes

Películas



‘La duda’, de John Patrick Shanley.



‘El príncipe de las mareas’, de Barbra Streisand.



‘En el nombre de la rosa’, de Jean-Jacques Annaud.



Libros



‘El sentimiento de culpa’, de Laura Rojas-Marcos. Aguilar.



‘La sabiduría de las emociones’, de Norberto Levy. Plaza & Janés.
XAVIER GUIX 13/12/2009 En EL PAÏS SEMANAL

el optimista y el pesimista



Una vieja historia sobre dos hermanos gemelos: uno extremadamente pesimista, y el otro, un optimista acérrimo. Tenían un padrastro, como

conviene en estas historias. Al padrastro le gustaba mucho el niño pesimista y quería hacerle una

mala jugada al optimista, que siempre lo molestaba.

El día del cumpleaños de los dos niños, el padrastro dejó una bicicleta junto a la cama del

pesimista, y un montón de estiércol junto a la del optimista. El primer hermano, al volver de la

escuela, vio la bicicleta en su cuarto y comenzó a lamentarse:

-Jo, qué vida! ¡Mira qué regalo me hacen! Voy a salir por ahí a andar en bicicleta, expuesto a

caerme, a golpearme y hasta a romperme un brazo o una pierna... Esta bicicleta va a ser un problema

más en mi vida...

Y salió del cuarto lamentándose. El otro llegó un momento después, vio el montón de estiércol en

el suelo de su cuarto, dio un salto de alegría y exclamó:

-¡Oh! ¡Qué fantástico! ¿Dónde está el caballo que me regalan por mi cumpleaños?

El valor de los amigos



 Cuando alguien nos describe a un desconocido suele especificarnos su profesión, si se trata de una persona casada o no, si tiene hijos, e incluso, cuánto gana. Difícilmente nos indica si se trata de una persona con o sin amigos. Parece como si la profesión, el estado civil y la posición económica fueran algo mucho más relevante y definitorio que la amistad.


Los amigos de verdad son aquellos con los que nos encontramos cómodos, no juzgados, los que nos quieren con nuestros defectosAfirmamos que valoramos mucho la amistad, pero nuestros actos no reflejan el gran valor que le otorgamos

A la misma conclusión podemos llegar si nos fijamos en cómo se define a la gente soltera, divorciada, sin pareja. “Está solo” o “está sola”. La premisa implícita es que los singles están solos y los que tienen pareja no. La pareja cuenta más que los amigos para decidir si etiquetamos a alguien de “solo”. ¿Realmente le damos a la amistad el inmenso valor que posee?



Sufrir estrés incrementa las posibilidades de padecer muchas enfermedades digestivas, cardiológicas, dermatológicas… incluso infecciosas. Por eso, cualquier remedio que nos ayude a controlarlo es una valiosa fuente de salud. Muchas investigaciones demuestran que la amistad es una de estas potentes medicinas. Investigadores de la Universidad de Pittsburgh han observado que cuando se pide a los sujetos de un experimento que lleven a cabo tareas estresantes, tan sólo tener un amigo en la misma habitación, aunque no ayude en la tarea, convierte en menos probable que aumenten su ritmo cardiaco y su presión arterial.



El primer estudio científico sobre la relación entre amistad y salud data de 1979. Dicha investigación duró nueve años, en los que se observó de cerca la salud de casi 5.000 residentes de un condado de California. Los datos indicaron que las personas que tenían más contactos sociales (amigos íntimos y parientes a quienes veían a menudo) corrían menos de la mitad del riesgo de morir que las que contaban con menos. Desde entonces, son numerosos los estudios que confirman que los amigos nos inyectan salud.



¿de Qué estamos hablando?



“Amistad que acaba no había comenzado” (Publio Siro)


Según el Diccionario de la Real Academia Española, la amistad es el afecto personal, puro y desinteresado, compartido con otra persona, que nace y se fortalece con el trato. La definición es amplia porque especificar concretamente en qué consiste resulta complicado. Probablemente habrá casi tantas formas de entenderla como personas.


Existe un adjetivo que solemos colocar junto a la palabra amistad: “Verdadera”. Parece que necesitamos diferenciar ésta de otros tipos. Según Aristóteles, estos tipos serían la amistad por interés y por placer.


La amistad verdadera se basaría en el bien, en la virtud. Y en opinión de este gran filósofo, sólo puede darse entre personas que se desean el bien por sí mismos, sin ningún tipo de interés; por ello, aunque las circunstancias varíen, ella permanece. “La amistad perfecta es la de los buenos y la de aquellos que se asemejan por la virtud. Ellos se desean mutuamente el bien en el mismo sentido”, dice Aristóteles.


Los amigos de verdad son aquellos con los que nos encontramos cómodos, no juzgados, los que nos quieren con nuestros defectos incorporados. Como tan bien expresan las palabras de Elbert Hubbard: “Un amigo es uno que lo sabe todo de ti y a pesar de ello te quiere”.


La sinceridad es otra de las características de las relaciones auténticas. Sólo con los verdaderos amigos podemos pensar en voz alta, porque la confianza es absoluta. No obstante, la sinceridad no puede entenderse como abrir el grifo de nuestros pensamientos sin medir nuestras palabras. Los amigos, por mucho que nos quieran y confíen en nosotros, son seres humanos, y por ello en su interior habitan inseguridades, dudas, miedos… Nuestras palabras pueden herirlos, así que, incluso con ellos, hemos de cuidar cómo nos expresamos; valorar qué efecto producen en el otro.



Estar con alguien con quien compartes un afecto mutuo, sin sentirte juzgado, con quien confías absolutamente y con quien puedes ser sincero es algo que no tiene precio. La amistad es un tesoro. Y no todo el mundo lo posee, ya que no se trata de un bien fácil de conseguir y mantener.


Atención a las expectativas


“Una teoría infalible: siempre hay que saber qué se puede esperar de cada amigo” (Carmen Posadas)



¿Los amigos nos traicionan? Normalmente lo que nos defrauda son nuestras propias expectativas. Cuando alguien nos falla suele suceder porque esperábamos algo de él que no nos ha dado. Por eso debemos tener tanto cuidado con nuestras expectativas, porque si son altas nuestros amigos nos decepcionarán con gran facilidad. Y el resultado final puede ser, como les ocurre a muchas personas, que nos quedemos solos. Hay que valorar que si muchas veces nuestro propio comportamiento nos decepciona, ¿cómo poder esperar que los otros no tengan fallos y estén siempre y constantemente a la altura de una amistad ideal?



La amistad verdadera es recíproca, pero también es una equivocación caer en la trampa de entender esta reciprocidad de forma equivocada. No se trata de anotar en una especie de libro de cuentas lo que damos y lo que recibimos. Si lo hacemos podemos sentir un desequilibrio porque solemos ser más conscientes de nuestra entrega que de la ajena.



Y si la balanza se decanta hacia el otro lado y nos sentimos en deuda, ese sentimiento no debe confundirnos. Nuestra conciencia nos puede presionar a devolver exactamente lo que nos han dado. A los amigos les hemos de dar porque los queremos y no por ningún tipo de presión subjetiva. La reciprocidad se debe encontrar en el afecto, no en los actos concretos.



Atención a los favores


“Si nuestros amigos nos hacen favores, pensamos que nos los deben a título de amigos, pero no pensamos que no nos deben su amistad” (Marqués de Vauvenargues)



Aprovechando la ocasión que me brindaba escribir este artículo, hablé con algunas de mis amigas sobre lo que para ellas significaba nuestra relación. Una de ellas me confesó algo que yo no sabía. Me explicó que muchos años atrás quería pedirme un favor, pero al final decidió no hacerlo. No me lo pidió precisamente por la gran amistad que nos une. Sabía que para mí ese favor era muy difícil de llevar a cabo, y si me lo pedía intuía que yo se lo haría cargando con todos los problemas que eso supondría para mí. Ahora todavía entiendo más por qué es una gran amiga.



Según qué tipo de favor pedimos a un amigo existen dos peligros: que nos lo haga, a pesar de lo que le puede suponer; y que no lo haga y nos sintamos defraudados. Así que antes de pedirlo deberíamos valorar detenidamente estos dos aspectos. Es mejor preservar los beneficios a largo plazo de la amistad en detrimento de los inmediatos.



cuidar la relación



“Entre individuos, la amistad nunca viene dada sino que debe conquistarse indefinidamente” (Simone de Beauvoir)



Si preguntamos qué valores son importantes en la vida, muchas personas nombrarán la amistad. ¿Y si preguntamos en qué medida cuidan sus amistades? En muchas ocasiones, las respuestas a estas dos preguntas no son proporcionales. Afirmamos que valoramos en gran medida la amistad, pero nuestros actos parecen no reflejar ese gran valor.



En el día a día estamos muy pendientes de nuestro trabajo y de nuestras obligaciones familiares, los amigos parecen estar en la cola de nuestros pensamientos. Sin embargo, en este mundo tan cambiante en el que podemos quedarnos sin trabajo, en el que podemos divorciarnos, en el que los hijos se van de casa… lo más permanente son los auténticos amigos. ¿Por qué no los cuidamos más? ¿Es una cuestión de tiempo o es que no los valoramos como se merecen?



En la hermosa y aleccionadora película ¡Qué bello es vivir!, el mensaje que el ángel le deja escrito en el libro al protagonista resume la importancia de la amistad: “Recuerda que ningún hombre es un fracasado si tiene amigos”. ¿Cuándo fue la última vez que dejamos por un rato nuestros problemas para preocupamos por cómo se encontraban nuestros amigos; que decidimos alegrarles el día de alguna manera; que les expresamos lo importantes que son para nosotros…? ¿Hoy podría ser un buen día?



La arena y la roca



Dice una leyenda árabe que dos amigos viajaban por el desierto y discutieron. Uno acabó dando al otro una bofetada. El ofendido se agachó y escribió con sus dedos en la arena: “Hoy mi mejor amigo me ha dado una fuerte bofetada en la cara”.



Continuaron el trayecto y llegaron a un oasis, donde decidieron bañarse. El que había sido abofeteado y herido empezó a ahogarse. El otro se lanzó a salvarlo. Al recuperarse del posible ahogamiento, tomó un estilete y empezó a grabar unas palabras en una enorme piedra. Al acabar se podía leer: “Hoy mi mejor amigo me ha salvado la vida”.



Intrigado su amigo, le preguntó:



–¿Por qué cuando te hice daño escribiste en la arena y ahora escribes en una roca?



Sonriente, el otro respondió:



–Cuando un gran amigo nos ofende, debemos escribir la ofensa en la arena, donde el viento del olvido y del perdón se encargará de borrarla y olvidarla. En cambio, cuando un gran amigo nos ayuda o nos ocurre algo grandioso, es preciso grabarlo en la piedra de la memoria del corazón, donde ningún viento de ninguna parte del mundo podrá borrarlo.



La arena y la roca

Dice una leyenda árabe que dos amigos viajaban por el desierto y discutieron. Uno acabó dando al otro una bofetada. El ofendido se agachó y escribió con sus dedos en la arena: “Hoy mi mejor amigo me ha dado una fuerte bofetada en la cara”.



Continuaron el trayecto y llegaron a un oasis, donde decidieron bañarse. El que había sido abofeteado y herido empezó a ahogarse. El otro se lanzó a salvarlo. Al recuperarse del posible ahogamiento, tomó un estilete y empezó a grabar unas palabras en una enorme piedra. Al acabar se podía leer: “Hoy mi mejor amigo me ha salvado la vida”.



Intrigado su amigo, le preguntó:



–¿Por qué cuando te hice daño escribiste en la arena y ahora escribes en una roca?



Sonriente, el otro respondió:



–Cuando un gran amigo nos ofende, debemos escribir la ofensa en la arena, donde el viento del olvido y del perdón se encargará de borrarla y olvidarla. En cambio, cuando un gran amigo nos ayuda o nos ocurre algo grandioso, es preciso grabarlo en la piedra de la memoria del corazón, donde ningún viento de ninguna parte del mundo podrá borrarlo.



Amistades nada peligrosas

1. PELÍCULAS



‘Cadena perpetua’, de Frank Darabont.



‘Toy Story’, de Pixar Animation.



‘¡Qué bello es vivir!’, de Frank Capra.



‘Friends’ (serie televisiva), de Marta Kauffman y David Crane.



‘Thelma y Louise’, de Ridley Scott



2. MÚSICA



Una de las más bellas canciones sobre la amistad:



‘You’ve got a friend’, de Carole King.

JENNY MOIX 06/12/2009 El País de Madrid

Ética y conseguir el éxito


Hoy hay mucha confusión, entre actuar dentro de los valores y la ética profesional. Nuestra conducta es la manifestación de nuestros valores en la acción. Nuestra integridad depende de que los valores que se manifiestan en la acción sean coherentes con nuestros valores esenciales. Cuando eso ocurre, nos sentimos orgullosos. Por el contrario, cuando no es así, nos sentimos culpables.




Podemos proclamar valores nobles, pero carecen de significado si no guían nuestra conducta. Enron tenía un impresionante código de ética, al igual que Tyco, WorldCom y muchas otras compañías involucradas en escándalos corporativos. Esos códigos de ética, que proclamaban los más elevados principios morales, no impidieron que los ejecutivos de esas empresas actuaran de manera poco ética, contradiciendo los principios enunciados. Como dice el refrán: “Lo que haces habla tan alto que no puedo entender lo que dices”.



¿Usted quiere ganar a cualquier precio? Antes de responder “sí”, considere esta otra pregunta: ¿Qué haría si para ganar debe apelar a una conducta poco ética? Tal vez esto lo haga dudar. En general, todos reconocemos la existencia de una línea divisoria que separa el bien del mal. Una línea que no debemos cruzar. Sin embargo, en medio de la acción a menudo nos olvidamos de ella. En momentos de impulsividad insconsciente solemos traicionarnos.



La preocupación suprema por el éxito oculta cualquier escrúpulo acerca de la integridad. En esos momentos, nos enfrentamos exclusivamente a una cuestión de prioridades: poner la integridad en primer lugar y subordinar a ella el éxito, o por el contrario, dejar la integridad en segundo plano y sostener el éxito a cualquier precio.



Fuente: La empresa consciente, Fredy Kofman

El valor de la conciencia de lo obvio






Una característica común de las personas que se declaran felices es su capacidad para valorar y disfrutar de lo que tienen; la conciencia del valor de aquello que tenemos y que nos da la vida y de las pequeñas grandes alegrías de ésta.



La felicidad parece emerger de la toma de conciencia de aquello que es obvio y que, precisamente por ello, obviamos: un buen estado de salud, la compañía de nuestros afectos, el contacto con la naturaleza, una buena conversación, tener el privilegio de trabajar en algo que nos gusta…



En la antigua Grecia existía un concepto que, por desgracia, ha caído en desuso con el paso del tiempo: obnosis. La obnosis hace referencia a aquello que es obvio y paradójicamente acaba siendo obviado… Obviamos lo obvio. Un ejemplo simple sería decir que sin un aire respirable moriríamos o enfermaríamos. Pero quizás sólo daremos valor al hecho de tener un aire respirable el día que tengamos que pagar por respirar; cuando los estados deban financiar sus políticas medioambientales a través de un impuesto que grave nuestro consumo de aire como ciudadanos. Porque es obvio que si no respiramos, morimos, pero normalmente no nos damos cuenta de ello.



Merece la pena abrir los ojos aquí y ahora para darnos cuenta de todo cuanto nos rodea y por lo que podemos sentirnos felices y agradecidos: desde el latido de nuestro corazón, la salud de nuestro cuerpo, la buena música de fondo que nos acompaña, la existencia de un ser querido o el buen vaso de agua que sacia nuestra sed. Cuestiones cargadas de valor.



Merece la pena darnos cuenta de ello y procurar cuidar esas pequeñas grandes cuestiones… Como bien lo expresa Paracelso: “Quien conoce ama. Y quien ama es feliz.”



Fuente: La buena vida, Alex Rovira.

Los trece comportamientos de la confianza



Según Stephen M.R. Covey, existen trece comportamientos comunes en los líderes altamente confiables, y que son de gran utilidad para generar, aumentar, mantener o recuperar la confianza. Estos comportamientos se deben tratar con mucho cuidado. Por ejemplo, mentir crea desconfianza, pero decir algunas cosas sin discreción puede verse como falta de respeto.

Los primeros cinco comportamientos tienen que ver con el carácter: hablar claramente, demostrar respeto, ser transparentes, reconocer los errores y ser leales.

Los ocho comportamientos siguientes se relacionan con las competencias de cada persona: dar resultados, ser mejores, afrontar la realidad, tener claras sus expectativas, hacer seguimiento de sus acciones, escuchar primero, saber mantener los compromisos y dar confianza.

Así, para Covey la construcción de confianza debe iniciarse dentro de cada uno de nosotros, para iniciar una peregrinación que incluye a nuestro entorno, para luego regresar a nosotros en forma de reputación, y nosotros debemos retornarla con acciones de responsabilidad social y de protección del medio ambiente.

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