Los que estan en tiempo muerto. En un lugar que no es .....



En toda realidad, siempre existe alguien que tiene diferente problemática. Yo tengo trabajo, tu no lo tienes y otros ven la amenaza de la perdida de su fuente de ingresos en algún momento. Si observamos que cada día cuesta fidelizar, sacar adelante un proyecto es que algo esta sucediendo. En España existe los ERE, expedientes de regulación de empleo que produce muchas incertidumbres y afectan alas personas en sus emociones, relaciones y comunicación con los que los rodean.

Están en Tiempo Muerto.

Vagabundean por los corredores del Aki o del Leroy Merlín, el pensamiento fijo en aquella estantería que se cae desde hace un año; llevan los niños al cole o improvisan alguna tarea doméstica de las que pensaban haber escapado; alguno incluso se aventura en un pequeño trabajo en la economía sumergida. Pero ante todo se aburren, se aburren mucho. Porque no pueden buscar otro trabajo remunerado ni tampoco nadie ha pensado que deban emplear ese periodo en formarse. Son esos miles y miles de personas, hombres y mujeres, flotando en el tiempo muerto de los expedientes temporales de empleo.



A finales de septiembre sumaban ya 438.000 las personas afectadas por un expediente temporal de empleo. Es decir, casi medio millón de personas a los que sus empresas han mandado a casa utilizando un mecanismo legal al que se puede recurrir cuando se producen caídas sustanciales de producción. Hay empresas que empiezan así y acaban por cerrar de manera definitiva. Pero, según los propios sindicatos, sólo un 3% de esos expedientes temporales acaba en el cierre de la empresa. De manera mayoritaria, son empresarios que ven la crisis –oquieren verla– como algo rápido y transitorio. Gente que manda a parte de la plantilla a casa porque no quieren perderla y esperan a tiempos mejores. Y en un 70% son empresas industriales.



Probablemente esa sea una de las escasas buenas noticias de la actual crisis. A diferencia de lo que ocurría en la de 1993, pero también en la de los 80, los empresarios se han vuelto más peleones. Tardan más en tirar la toalla y no se desaniman tanto. Es gente que empezó la recesión con la empresa poco o nada endeudada, con producto y con mercado. Que vio como la crisis empezaba en Estados Unidos, se transmitía a las finanzas y hacía estallar el inmobiliario. Pero que ahora ha llegado a la industria, donde ha echado raíces. El problema para las expectativas de esos empresarios y de sus trabajadores es que el Gobierno también se ha tomado la crisis como un tiempo muerto. Un tiempo de espera, vaya. Está muy asentada en el Gobierno y entre la clase política la idea de que esta es una crisis de la que la economía española saldrá arrastrada por la recuperación los mercados exteriores.



Pero ni esta es una crisis como las otras ni las exportaciones permitirán crear tanto empleo. En estas circunstancias, es realista aceptar que el empuje modernizador de la política española se agotó en los 90 –y, por lo tanto, su capacidad para las reformas–. Y también puede ser cierto que a lomás que se podía aspirar para combatir la crisis era el Plan E, con su inquietante parecido con las peonadas de los 80. Pero hubiera sido deseable, al menos, cierto liderazgo, cierta habilidad para explicar la crisis. Mientras esperan y piensen, unos yotros, nuestro hombre en el bricolaje quizás acabe por arreglar esa estantería que tanto le preocupa.



Redacción propia y La Vanguardia por Ramon Aymerich
21/11/2009

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